viernes, 28 de febrero de 2014

Paco de Lucía


Hay muchos Pacos de Lucía, muchas facetas de este genial guitarrista gaditano, son cantidad sus incursiones en otras músicas diferentes del flamenco. Hoy se repite en mi mente su contribución en la preciosa balada “Have you ever really loved a woman?” de Bryan Adams. Cuando la escuché por primera vez, recuerdo que me pregunté: ¿quién será el peazo guitarrista que acompaña al cantante canadiense? Luego lo supe con una enorme satisfacción: es él, claro. Paco, maestro, tú sí que has fomentado la marca España en el mundo...

Vídeo YouTube: Bryan Adams y Paco de Lucía "Have you ever really loved a woman?"



(14 horas, 28 febrero 2014. La cola para despedir a Paco de Lucía 
da la vuelta al Auditorio de Madrid)

lunes, 24 de febrero de 2014

El sorbecocos


El individuo notó como una incisión en la cabeza y un peso mochilero en la espalda. Se miró en el escaparate del chino y el reflejo confirmó lo que temía: se le había subido un sorbecocos a la chepa. Pronto empezó a oír sobre su cabeza esos schruif schruif tan cercanos en sus fonemas a los que produce la pajita cuando él apura su calimocho en el treintaitrés. 

La pajita hurgaba en el interior de su cerebro, buscando aquí y allá. El otro comenzó sorbiendo cachitos del giro cingulado, que controla la rebeldía. Tras eructar, siguió profundizando hasta alcanzar el cuerpo calloso, donde reside la identidad, y allí pegó varios lingotazos, schruif, schruif. Luego la pajita siguió y siguió moviéndose arriba y abajo, escogiendo chupitos de la glándula pineal, del hipotálamo, del cerebelo, de la médula oblonga e incluso del cuerpo mamilar. Sorbito a sorbito, schruif a schruif, el individuo se fue quedando sin ideas, sin pasiones, sin personalidad, se convirtió en un ser (uno más) sumiso, obedecedor, manipulable, memo. 

–Otro borrego al redil, sigamos la tarea –pensó el otro mientras se apeaba entre eructos renovados y ventosidades.

lunes, 17 de febrero de 2014

San Apapucio


No soy aficionado a santorales ni devoto de ningún santo, santero o santurrón. Pero confieso mi debilidad por San Apapucio. Obró un solo milagro en su vida, milagro que, aunque conocido, relato a continuación. 

En aquel tiempo andaba San Apapucio por el desierto, donde se había retirado para hacer meditación y tratar de encontrar la Esencia. Retirarse al desierto, meditar y buscar lo Fundamental, lo Él, era necesario para alcanzar la santidad. Llevaba ya varios meses, quizás años, orando en soledad sobre las arenas ardientes cuando una mañana vio acercarse a dos mujeres desnudas –en el desierto sobra la ropa–, como él, que solo cubría su cuerpo con un sombrero para mitigar las calorinas del lugar. Púdico y casto como era –condiciones esenciales para alcanzar la perseguida santidad–, al verlas precipitóse a cubrir sus partes nobles con el sombrero, sujetándolo con ambas manos. Las dos mujeres se detuvieron frente a él y una le preguntó: «oiga, buen hombre, ¿sabe usted por dónde se llega a Palafrugell?». Apapucio levantó su brazo izquierdo y señaló en aquella dirección. La otra mujer preguntó entonces: «¿y por dónde a Bullas?». Apapucio levantó el brazo derecho e indicó hacia el otro lado. Y estando Apapucio con los brazos en cruz se produjo el milagro: el sombrero permaneció cubriendo sus partes pudendas, como suspendido en el aire, sin caer al suelo como exigía la ley de la gravitación universal de Newton. 

Como todos sabemos, y el que no lo sepa que se la lea, la Ley de los Milagros establece en un artículo que no me viene ahora a la cabeza que “un solo milagro realizado en la Tierra basta para que Él nos abra las puertas del Cielo definitivamente”, o algo así. 

Una vez ganado el Cielo en la Tierra y alcanzada la fama, Apapucio se dedicó el resto de su larga vida a golfear, escribir numerosos libros, recorrer el mundo dando conferencias sobre las vicisitudes pasadas en el desierto y las circunstancias de su milagro, e incluso asistía regularmente a los platós de las telele-visiones basura, que se lo disputaban ansiosas por conocer datos morbosos sobre aquellas dos mujeres que propiciaron su elevación a la categoría de Santo. Ganó mucho dinero y se entregó con auténtica fruición, como un poseso, a los placeres de la vida, olvidando su sombrero milagrero que jamás volvió a calarse en cualquier parte de su anatomía.

Yo, su más fiel admirador, conservo como tesoros dos objetos del gran San Apapucio: sobre mi mesilla, su libro best-seller de meditación “Memorias de un prepucio”, que consulto cada noche, y en el perchero del salón su sombrero milagrero, reliquia que encontré casualmente en el desierto del Sahel un día que andaba buscando gambusinos por allí. Ahora estoy pensando muy seriamente si desnudarme cualquier martes, calarme hasta las cejas el sombrero, sacar un billete low cost y largarme al desierto; que no me vendría nada mal alcanzar la santidad por los mismos derroteros que Apapucio la alcanzó.

(Foto: El sombrero de San Apapucio se eleva al cielo suspendido en palo de fregona)

lunes, 10 de febrero de 2014

Ropa mezclada


Somos ropa mezclada sobre la alfombra del salón, más arrancada que desvestida, desenfrenada. Mi cinta azul del pelo anudada a la correa de tu reloj, mi tanga enrollado en el botón de tu camisa, los patos donald de tus gayumbos enganchados en la cinta de mi sujetador, los metales de mis zarcillos presos de tus cremalleras, tu cinturón abrazado a mis mallas negras... Abrazamientos, anudamientos, retorcimientos, copulaciones, aquí también estamos viviendo una pasión como la que se vive cincuenta centímetros más arriba, un revoltijo caótico, acelerado, en el que todo se improvisa. 

Y cuando acabe la urgencia, cuando ella se vista pausadamente (¿dónde habré dejado las mallas?), cuando nos separen y volvamos a cubrir esos cuerpos diferentes, tus licras llevarán el aroma de mis algodones, mis poliésteres añorarán el tacto de tus lanas, tus armanis andarán dispersos en mis faralas; y en el momento del alejamiento tu recuerdo me atormentará; y rezaré por que esta noche ella no me lance a la lavadora para seguir gozando de tus sensaciones, de tus olores, de la huella de tus pliegues, del rastro de tus caricias.

(Foto: ropa mezclada, entrecruzada y encendida)


(Vídeo You Tube: Yanni, The Storm)

lunes, 3 de febrero de 2014

Intérprete


El Presidente del Gobierno de la Cosa no hablaba inglés ni conocía ningún idioma excepto el suyo propio. Y aun este lo conocía regular, más bien lo farfullaba. Era penoso y patético verlo en las reuniones de los Organismos Internacionales junto a otros Presidentes de los Gobiernos de otras Cosas. Siempre solo, marginado, ajeno a los grupos o grupetes que se forman en estos eventos, en los que se supone que se discuten temas trascendentales para el devenir de lo mundial, de lo colectivo, de lo económico. 

Preocupado por tan estériles y vergonzosas comparecencias, el Ministro de Relaciones Internacionales, Institucionales y Protocolarias de la Cosa (que, dicho sea de paso, tampoco hablaba inglés) decidió contratar a un intérprete que acompañara al Presidente en tales reuniones, para ver si pillaba algo de lo que allí se pergeñaba. 

–Tiene que ser de mediana edad, discreto, ir correctamente vestido –opinaba–, de modo que su apariencia no desvele su condición de ajeno a, sino que más bien parezca uno más de los Personajes Importantes asistentes a las reuniones.

Eligieron a Intérprete, hombre sencillo y esdrújulo que cumplía las exigencias demandadas para el cargo, aparte de ser perfecto conocedor de siete idiomas. A partir de entonces todo cambió. En los Noticiarios de las Telele-visiones Mundiales, en las fotos de los enviados especiales se veía por fin al Presidente del Gobierno de la Cosa junto a otros Altos Dignatarios, conversando más o menos locuazmente con ellos sin que nadie se percatara de la presencia de Intérprete, uno más pegado a él y encargado de traducir discretamente lo que allí se comentaba. 

Pero cada cual tiene sus aspiraciones, a veces insospechadas, e Intérprete no iba a ser menos. Poco a poco le fue tomando afición a su cometido, empezó a creerse importante por la proximidad y el contacto con personajes de la Alta Política Internacional, se gustó. Comenzó por no traducir al Presidente del Gobierno de la Cosa las cuestiones que le planteaba el interlocutor de turno, sino que contestaba él personalmente, según su criterio y momento, mientras el Presidente del Gobierno de la Cosa miraba con cara de pánfilo, esperando inútilmente que Intérprete se dirigiera a él para transmitirle lo que los demás departían, juzgaban o reían. 

Así fue como Intérprete fue adquiriendo cada vez mayor relevancia entre los Personajes Importantes, que lo requerían incluso para cenas y saraos privados. Y el Presidente del Gobierno de la Cosa retomaba poco a poco su posición de personaje solitario, insípido, descolocado en las Conferencias Internacionales, agarrado a su cartera gris (como él) y rogando que la reunión durase poco y no lo enfocaran las cámaras de los medios informativos.

sábado, 1 de febrero de 2014