lunes, 30 de enero de 2012

Romero


Mayrena huele a pino carrasco pero, si quien la huele es un catador de olores, añadiría, entre “olidas” intermitentes, las siguientes precisiones: "con aromas retronasales de… romero de secano y leves matices de… espliego y tomillo". Sí, Mayrena huele a romero. Pero a un romero de esos humildes, achaparrados, de secano, los que de verdad huelen, mucho más que los de vivero que no saben lo que es un conejo. Mayrena también huele a conejo, por supuesto, y a perdiz, con tufaradas deliciosas de jabalí y gineta. Olores agrestes, que te llenan, a naturaleza viva, a bestia. Menos mal que de vez en cuando me zambullo en las humaredas de Madrid para contaminarme algo, tanta impolución tiene que ser nociva. 

(Foto: hojas de romero)

sábado, 28 de enero de 2012

Mateo


No hay nada que inspire más ternura, más cariño, más sonrisas que un bebé. Nació Mateo. Esperado, deseado, buscado hasta los confines de la naturaleza y de la ciencia, por fin asomó su naricilla al frío de la sierra caravaqueña. Pronto podrá recorrerla enganchado a mi espalda (si sus padres lo dejan, claro). Un solo oscuro en el claroscuro que perfila su cara y su cuna esta mañana: la ausencia aquí de una persona que no ha podido estar porque pelea en otra batalla bien diferente; batalla que seguro vas a ganar, como Mateo ganó la suya. Para ti y para Mateo estas dos lagrimillas que se escapan de mis ojos esta madrugada.

(Foto: Mateo, "estresado" en su primer amanecer)

lunes, 23 de enero de 2012

lunes, 16 de enero de 2012

La niña del parasol


Algún trabajo me había llevado hasta aquel pueblo con mar. Conducía mi coche de alquiler de color azul por el paseo marítimo y la vi. La niña del parasol, sola en la parada del autobús. Me llamó la atención su figura, muy joven, apenas veinte años, estilizada, alegre, y el hecho de que sostuviera con gracia un parasol de color crema entre las manos, para evitar, pensé, que besara su cabello un sol que aún no se decidía. 

Seguí mi camino, pero la imagen no se borraba de mi mente. Di la vuelta en la primera rotonda, aparqué cerca de la parada del autobús de manera que la niña del parasol no pudiera verme, y me dediqué a observarla, como un voyeur indiscreto, con cierto complejo de culpabilidad. 

Camiseta de manga corta, de color naranja, brazos largos y pálidos, pantalones para mí indefinibles, anchos, a rayas estrechas amarillas y verdes, zapatillas usadas. Actitud serena pero en movimiento, como si se fuera a echar a andar, a correr o a bailar en cualquier momento. Pelo negro, o quizá castaño oscuro, largo sobre los hombros cuadrados. Rostro pequeño, alargado, dulce. Sonreía, recordando sin duda algo agradable, y sus ojos alegres miraban un punto indefinido que solo se hacía real en su mente. Por un instante pensé que era a mí a quien sonreía, mi ingenuidad no tiene fronteras. El parasol enmarcaba el conjunto del precioso cuadro.

Cogí un cuaderno de dibujo y un lápiz que encontré casualmente en la guantera del coche alquilado azul y tracé un esbozo para conservar el perfil de aquella bella imagen, que no dejaba de sonreír con dulzura ni de moverse al ritmo de sabe el diablo qué compases interiores. 

Y me fui, me esperaba no sé quién en el ayuntamiento, no podía retrasarme, siempre el puto reloj. El ritmo, la alegría, el color... y el parasol se hacían más pequeños y más pequeños, hasta desaparecer del espejo retrovisor del coche alquilado de color azul. 

Al volver al hotel aquella noche pasé junto a la parada del autobús, idiota de mí pensando que aún hallaría a la niña-mujer y su parasol. Solo estaban, o al menos yo los vi, su contorno, su sombra y un palmeo por bulerías que salía de alguna ventana que no conseguí identificar. Sonreí con sonrisa contagiada y continué mi ruta. Me queda el dibujo, ese sí es mío, real y definitivo.

lunes, 9 de enero de 2012

324


Los ratones trepaban por los pilares, coronaban arquitrabes, se agarraban a los cimborrios, y desde allí escupían fideos de nostalgia que rebotaban en los muros de los transeptos y se precipitaban, como serpentinas de colores, sobre las tumbas del suelo damasquinado. Entre la bruma del humo de los inciensos incandescentes bailaban las sombras de triglifos y metopas, al ritmo de los cantos gregorianos que inundaban de gorgoritos las sillerías del coro. Las oraciones gritadas por trescientas veinticuatro gargantas disonantes se estrellaban en los uropatagios de murciélagos que, horrorizados, intentaban inútilmente huir por la grisalla emplomada de los claristorios con vidrieras rotas. 

El estrígido, impertérrito, ni se movió.

lunes, 2 de enero de 2012

Picores


En este mundo acelerado, en el que cada vez quedan menos misterios por resolver, en el que la Ciencia ha ido poco a poco arrinconando a dios hasta hacer que su cacho en la tarta de la sabiduría y del poder sea más y más pequeño, casi inapreciable, en el que se puede clonar lo que se quiera, en el que se injertan piernas, brazos, rostros como si fueran pegatinas, en el que el adeene se manipula al gusto del consumidor, en el que los internetes nos transportan por el éter cuales seres inmateriales, en este mundo, repito, ya nada me puede sorprender. Llevo una temporada en la que me pican los pezones. Ambos. Y he llegado a la conclusión, al convencimiento absoluto de que solo puede haber una causa que motive estos picores: estoy embarazado.

(Foto: el pezón de mis picores)