sábado, 15 de diciembre de 2012

Felicidades anticipadas

Esta es mi última entrada de este año. Me despido anticipadamente hasta 2013, la navidad para mí perdió su sentido cuando me divorcié. La simbología se partió. Desde entonces huyo de estos días, procuro cerrar el kiosco y refugiarme en mi cueva imaginada. O en la real. No escribo, ea. 

Días de balance. El año 2012 ha sido muy positivo en general para mí; ha habido ilusión, pasión, complicidad y sonrisas, producidas por personas y personillas como Mateo que han surgido en mi vida llenándola de luz. Bueno, rebosándola de luz, que mi vida siempre fue luminosa, como los cielos que me vieron crecer allá en Tánger. También ha habido tristezas. La más dolorosa, la muerte de Ángeles, madre de mis dos hijos, que me ha dejado un vacío que no intuía que se pudiera producir después de tantos años viviendo separados. Y otras que no cuento. Alguna avería causada por mi excesivo amor a la naturaleza, con sus rocas traicioneras que se desprenden cuando no deben, o a la bicicleta, empeñada en tirarte por las orejas. Nada que no se haya resuelto con unas semanas de incómoda quietud, de pata tiesa, y con la esperanza de seguir haciendo lo que me gusta mientras me aguanten los huesos como canta Fito Cabrales -vídeo adjunto, me encanta este tipo, sus canciones, sus letras, su guitarra- y pese a las advertencias de los agoreros. 

La luna era una farola y a ella me abracé borracho, y acabé buscando versos en el fondo de mi vaso;
todo lo que no aprendí nunca se me ha olvidado, no he perdido la razón y tampoco la he encontrado;
sé que no puedo dormir porque siempre estoy soñando.

Hala, ya me he confesado. Espero que la penitencia sea facilita, que ya no recuerdo ninguna oración o rezo.

Os envío un abrazo, o un beso, o un beso y un abrazo a todos los que habéis ido apareciendo durante 2012 por esta cueva, dejado o no vuestros comentarios. Soy un humilde escribiente, pero mentiría si dijera que escribo para que no me lean. Gracias a todos. Espero seguiros en vuestros blogs el año que viene, o donde sea, y os deseo lo mejor, no porque hay que desear lo mejor en estas fechas de borreguitos, campanitas y turrón, sino porque os deseo lo mejor sin más. 

Para todos, a modo de tarjeta de felicitación navideña, la foto de la Mayrena otoñal, ahí arriba, tomada desde el monte. El verde de los pinos carrascos, el amarillo de los albaricoqueros y los chopos, el pardo de la tierra, el blanco del humo de la quema de los rastrojos componen un cuadro vivo, vegetal y mineral, que varía según la época del año ¿Es bonica o no es bonica mi Mayrena? Me tienes enamorao, niña.

viernes, 14 de diciembre de 2012

El pozo

Ella estaba loca por él. Desde que lo conoció, su mundo vapuleado volvió a teñirse de azul, el color del deseo, de la ilusión. Él era su nuevo impulso, su sonrisa, su pensamiento constante, su motivo. Él decía que también estaba loco por ella, que era todo lo que necesitaba, que por fin había encontrado lo que tanto buscó en su vida. Decía. 

Un lunes, él la llamó y le dijo: 

–Me he enamorado de otra mujer, perdidamente, se lo he dicho y me ha contestado que no siente lo mismo por mí, que no tengo ninguna esperanza, que la olvide. Estoy desesperado, ando hundido, roto, metido en un pozo del que no sé salir. Ayúdame, por favor, tiéndeme tu mano y tira de mí. 

Ella sintió que se le desgajaba el alma, los azules se tiñeron de ocre, la ilusión se derrumbó, los senderos se esfumaron en una bruma gris. Se acercó al borde del pozo y empezó a tejer una escalera hecha con peldaños de cariño, de ternura, de lugares compartidos, de caricias, de comprensión, de generosidad. De amor. Él fue subiendo esa escalera, peldaño a peldaño, lentamente, impulsado por las palabras que le llegaban desde lo alto. Cuando llegó arriba, se abrazó a ella, le dio las gracias, le dijo te quiero y se alejó, tenía que hacer no sé qué. 

Ella quedó sola al borde del pozo. Se asomó y vio su rostro reflejado en el agua oscura del fondo. Un rostro que la miraba con un ojo de complacencia y el otro de rechazo, eres idiota. Dio un paso adelante... y se fundió con esa imagen que se deshizo en cien ondas rebotadas, en ecos mudos sin respuestas.

No pide a nadie que la saque de allí, nunca lo ha hecho, no sabe pedir favores. No es orgullo, es humildad. Sola, como siempre, va tejiendo su propia cuerda, cogiendo el esparto de las laderas quemadas de su alma, fibra a fibra, imagen a imagen, recuerdo a recuerdo. Sabe que un día la cuerda tendrá la longitud suficiente y ella trepará, como lo ha hecho tantas veces, hasta encontrar de nuevo la brisa y el azul que tanto necesita. Más fuerte, más ella cada vez. 

(Fotos: pozo en Retamalejo, pueblo abandonado en la Región de Murcia)

lunes, 10 de diciembre de 2012

La línea roja

Luego, como el fuego venía, huyó. Antes no pensaba moverse, la línea roja aún estaba lejana, apenas era una cinta anaranjada en el horizonte sin horizontes de la noche. Pero la línea se acercaba, tenaz, silenciosa al principio. Cuando empezó a oír el crepitar de las aliagas antes de convertirse en ceniza y los gritos de los caracoles chamuscados, huyó, ha quedado escrito. Huyó lentamente al principio, corriendo después sobre tojos, piedras y escarabajos, empujado por el calor y el sonido cada vez más intensos, cada vez más cercanos. Y además estaba el olor. Llegó al borde del acantilado, miró. Primero hacia atrás, el fuego. Luego miró hacia abajo, el agua. Vio entre las espumas nocturnas unos peces brillantes que lo observaban y reían, burlones. La línea roja trepaba ya por sus piernas desnudas y se quedó quieto, nadie le había enseñado a nadar.

(Foto: puesta de sol frente a las Islas Eolias)

lunes, 3 de diciembre de 2012

Alatón

El alatón es el fruto del alatonero y ahora está en sazón. Poca sazón, pues el pequeño fruto consiste en un hueso que lo ocupa casi todo, rodeado de escasa pulpa y pellejo. Su sabor es dulce, me recuerda al del dátil, aunque para apreciarlo tienes que pegarte una “jartá” de alatones, tan chico es el fruto. Para mí el alatonero siempre ha sido uno de los árboles-símbolo de Mayrena-Caravaca, pues desde zagalico empecé a chupar sus frutos y a expulsar los huesos soplándolos por un “canute” que fabricábamos con una caña, apuntando a un bote, botella, o mosca si la hubiera a tiro. 

El hueso del alatón siempre me fascinó, lanzado o no a través del “canute”. Me recordaba y me recuerda por sus relieves a un miniplaneta con sus minimontañas, sus minirríos, sus minivalles, sus minimares, sus minimeridianos. Quizás lo sea, y lo que comemos es su dulce y delgada miniatmósfera, pero no creo. 
Mi padre escribió unos versos dedicados a este árbol y su diminuto fruto:

“Árbol modesto, sencillo, con fruto de escaso peso 
que a través de un canutillo es el arma de un chiquillo 
que por ti trepa travieso. Su ilusión de guerra es vana 
cuando lanza un alatón a modo de munición 
por su caña-cerbatana. 
Pero no es el alatón para el mundo pajarero 
un fruto de tentación pues, aunque fuese glotón, 
no cabe por su agujero un fruto sin digestión” 

Tenía razón mi padre. Pocos colorines, chamaretas, merlas, tordos, pardillos he visto sobre el alatonero a pesar de lo sabroso de su fruto. Poco culo para tanto hueso, cuestión de calibre. Por eso tiene que esperar el alatonero a que llegue yo, zagal eterno e impenitente, haciendo acopio de alatones en mis bolsillos para lanzarlos luego a través del “canute” tras saborear su breve chicha. De nada, alatonero, cada cual disemina como puede. 

El nombre de “alatonero” es el que le damos al árbol en Murcia y por aquí. En Cataluña lo denominan “lledoner” y en Paradela de Coles, “lodoeiro”. Por todos sitios, "almez". Su nombre científico, mucho más aburrido, Celtis australis. 

(Fotos, ambas de Mayrena, por supuesto: 1, alatón a finales de septiembre, aún no maduro. 2, hoja del alatonero, alatón maduro y hueso “lanzable” con forma de minimundo ¿o no?)

sábado, 1 de diciembre de 2012

Promesas

El 21 de enero de 2012 publiqué un dibujo que titulé “El relevo”. Hoy me plagio a mí mismo y lo vuelvo a traer al blog. El anuncio hecho ayer de la no compensación a los pensionistas del desfase producido por el diferencial del IPC es la penúltima de las promesas incumplidas entre las que nos fueron hechas hace un año entre fanfarrias y cohetería. Y yo me pregunto: si los políticos españoles son tan poco imaginativos, tan impersonales, tan mediocres, tan torpes, tan poco capaces, tan ineficaces, tan dependientes como para que todas sus decisiones consistan en obedecer sí bwana todo lo que les viene impuesto o sugerido desde Bruselas, ¿por qué no se van?, ¿para qué los necesitamos? Mejor sería ahorrarnos lo que nos cuestan y dejar que nos gobiernen directamente Merkel y sus secuaces, sin tanto intermediario inútil. Pero no se irán, no, llevan la poltrona bien pegada al culo, como sus promesas.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Ausencia

Recuerdo, nostalgia, ausencia de tu piel desnuda, de mis dedos recorriendo lentamente los senderos de tu cuerpo, de mis labios en tu cuello, de mis ansias contenidas, prolongadas, de tu sonrisa en la mía, de la mirada única que solo brota ahora, de apretar tu piel en un difícil equilibrio entre pasión y ternura, de acariciar tus riberas, notarlas mías, de beberte, de entrar en tu cuerpo, lento, de susurrarte al oído palabras inventadas que lo dicen todo, de notar tu aceleración, tu respiración que se corta, tu mano que sube a tu garganta y la aprieta, nunca he sabido por qué, de oír mi nombre repetido en tus labios, de la sacudida, de mirar cómo explotas en un grito callado, de sentirte, sentirte, sentirte, de retenerme para seguir sintiéndote y luego abandonarme para diluirme en mil tequieros en lo más profundo de tu esencia. Deseo insoportable de ti, odiar tu ausencia, morder con rabia la almohada vacía buscando desesperado el último vestigio del aroma de tu cabello, tan lejano que ya solo perfuma mi recuerdo.

(Foto: cabello y espalda)

lunes, 19 de noviembre de 2012

Cagarruta

No la vi. Andaba yo olisqueando aquenios, cápsulas, escaramujos, metiendo mis glosas y paraglosas en valvas, gineceos y cúpulas con ánimo de trincar algún áfido o gorgojo por allí oculto, y no la vi. Ella sí me vio. Avanzó su pronoto y me lanzó sus despiadadas garras, como un resorte instantáneo de va (vacío) y viene (conmigo ensartado) mientras me miraba con sus múltiples ocelos, algunos bizcos, burlona. Me agarró por las coxas y comenzó a devorarme lentamente, con delectación, empezando por los espacios comprendidos entre los tergos y los esternitos, quizás mi parte más sabrosa. Siguió luego devorando mis órganos genitales y remató la faena, a modo de postre, paladeando mi vértex, gena y labro. Eructó. 

Dos horas más tarde, yo era una cagarruta negra, pequeña, retorcida al pie de su atalaya, entre decenas de cagarrutas iguales a mí. Miré con mi ojo herido hacia lo alto y allí seguía mi devoradora, ninfómana impenitente, disfrazada de criatura angelical, lamiéndose el clípeo y oteando inquieta su próxima víctima. 

(Foto: Ameles mimética sobre cápsula de jara pringosa)

lunes, 12 de noviembre de 2012

Triángulo de verano

Estás acostada en tu cama boca abajo y yo miro tu cuerpo desnudo, tumbado junto a ti. Coqueta, tierna, femenina, apartas con la mano el pelo de tu nuca, despejando tu cuello en espera de una caricia que sabes va a llegar. Acerco mi boca para besarte y descubro junto a tu oreja tres pequeños lunares que contrastan con la palidez de tu piel. Mis labios se mueven hacia ellos, los recorren despacio, con sensualidad, noto que te estremeces. Tres lunares que no conocía; tres lunares que son como tres estrellas en el firmamento limpio de tu piel. Los bautizo en voz baja: “Deneb, Altair, Vega, el triángulo del verano” y siento que sonríes. Luego mis dedos y mis labios siguen recorriendo tu cuerpo, lentamente, en busca de nuevas estrellas, de nuevas constelaciones inventadas, hasta llegar a perderse si tú quieres en el centro de tu galaxia.

(Foto: tres lunares, y una piel)

lunes, 5 de noviembre de 2012

El ovillo

El hombrecillo tropezó con el extremo del hilo del ovillo de lana.

–¡Un ovillo!–, dijo el hombrecillo, y de un salto se subió al hilo. Miró el ovillo, que ovillaba unos centímetros más allá, y decidió recorrer el hilo, sin más interés que el de tratar de encontrar el otro extremo, oculto a saber en qué profundidades ovilleras.

Los primeros diez centímetros fueros fáciles de recorrer: hilo de lana recto, exterior, separado del ovillo propiamente dicho, sin obstáculos próximos, buena visibilidad, cielo azul, sonrisa del hombrecillo. Pero una vez recorrida esa distancia, la cosa se complicó: llegaba la esencia del ovillo, la chicha, la maraña interna; lo anterior solo había sido un aperitivo. 

Agachando como pudo la cabeza y empujando con los hombros, el hombrecillo se introdujo en el ovillo e intentó seguir la trayectoria del hilo de lana. Consiguió avanzar algunos centímetros con bastante sufrimiento, ya que los hilos próximos lo oprimían,  produciéndole además la lanilla picores y desazón. Entonces escogió otra táctica que le pareció más inteligente: rodeó el hilo con piernecillas y manos y, a impulsos de unas y otras, fue avanzando hilo adelante, centímetro a centímetro. 

Llevaba así veinte minutos. Sudaba en la oscuridad. “Trepaba” siguiendo la particular morfología interna nunca estudiada de los ovillos de lana. Perdió el sentido de la orientación con tantas revueltas, los nortes, los oestes y los sures se confundían. A veces reconocía a sus costados tramos de hilo que ya había recorrido antes, lo que aumentaba su desazón. Ahora notaba cómo profundizaba hacia el centro ovillero, donde suponía que estaba el extremo buscado, y luego se alejaba del referido centro para su desesperación. Las autopistas del ovillo se cruzan de mil formas diferentes, como el espagueti, sin un cartel señalizador de las distancias recorridas o por andar. 

La angustia se fue apoderando del hombrecillo, el calor era sofocante, no sabía si desandar (destrepar) lo andado o seguir el hilo hasta el final como era su idea primitiva o primigenia, que de ambas formas puede escribirse. Maldijo cuarenta veces la idea que había tenido de intentar descubrir el otro extremo del hilo del jodido ovillo de lana, qué le importaría a él dónde se hallase. Entonces movía los brazos con desesperación, soltaba las manos y las piernas, intentaba buscar un atajo hacia la luz, que sabía cercana, gritaba angustiados sáquenme de aquí pero los hombrecillos tienen la voz débil y solo un autillo lo hubiera podido oír si no fuera invierno y los autillos no se hubieran marchado ya a África.

Todo fue inútil. Al cabo de tres horas de agitarse, de gritar, de intentar zafarse del abrazo opresor del ovillo, el hombrecillo gritó un último quién me mandaría a mí y quedó inmóvil como crisopa en tela de araña. 

–Deme dos ovillos de esa lana– dijo la niña a la mercera señalando los ovillos en la estantería. 

Más tarde la niña tejía con punto de garbanzo y agujas del cinco una toquilla para su novio, que usaba toquilla en las frías tardes de invierno, por qué no. Y nadie sabe que en algún lugar de esa toquilla está inerte nuestro hombrecillo, o su espíritu casi invisible, sonriendo al verse por fin liberado del agobio asfixiante del ovillo, aunque preso de un punto de garbanzo del que ya nunca podrá escapar.


lunes, 29 de octubre de 2012

El sendero

Caminaba abrazado a los suyos, cantando a coro la canción de la virtud, de la obediencia, de la comunión, de lo bien hecho. En el horizonte del camino ancho, recto, sin cuestas, diáfano y seguro que recorrían, el arco iris dibujaba sobre un cielo azul el abrazo final que esperaba a toda la familia al término del trayecto. Era la entrada luminosa y colorida al edén prometido. De pronto, el hombre vio a su izquierda, casi oculto por el matorral y la fronda, un sendero sinuoso, incierto, empinado, oscuro, del que solo se vislumbraban los inquietantes primeros metros. Se detuvo, lo pensó dos veces, soltó a los suyos y corrió hacia aquel sendero, por el que desapareció emitiendo gritos y risas que él sabía interpretar. 

(Foto: arco iris en la sierra madrileña)

lunes, 22 de octubre de 2012

La hormiga 2.159

Llevo días observando una fila de hormigas. Me gusta mirar las filas de hormigas, verlas cómo van y vienen. Cada uno tiene sus desocupaciones, sus maneras de pasar el tiempo, y yo no iba a ser menos. 

Las hormigas que salen del hormiguero van descargadas, y las que vuelven van cargadas cada una con un grano de trigo sustraído del granero de mi abuelo. Lógico, pienso, siempre ha sido así: el abastecimiento para los tiempos de carencia. 

Me fijo bien y hay una hormiga que no transporta nada en el viaje de vuelta al hormiguero: la hormiga número 2.159. Camina como llevando pero sin llevar, fingiendo, insolidaria, aprovechada. Sigue a la anterior y es seguida por la siguiente (la disciplina) pero ninguna de sus compañeras se percata de que viaja de vacío, sin esfuerzo, sin contribuir al trabajo colectivo. Se mete en el hormiguero y vuelve a salir a los cinco minutos para colocarse en su lugar de la fila y dirigirse al granero de mi abuelo en busca de nuevas provisiones. Al rato sale, siempre de vacío, precedida de la hormiga 2.158 y seguida de la 2.160, ambas con su granito de trigo, como todas las demás del resto de la fila menos ella. La operación se repite durante horas y horas, durante días y días, sin que sus compañeras se den cuenta en ningún momento de la caradura de la hormiga 2.159; las hormigas solo son listas para según qué cosas. 

No sé qué hará en el interior del hormiguero mientras sus compañeras depositan en la despensa su pesada, repetitiva, agotadora carga, pero barrunto que la hormiga 2.159 aprovecha esos momentos de desconcierto general para acercarse a la cámara de la adormilada reina, abotargada por el sopor que da el peso y la responsabilidad de la corona, y copula con ella repetidamente sin que la reina se entere. Luego sale de la cámara y se coloca en la fila en el lugar que le corresponde, entre la hormiga 2.158 y la hormiga 2.160. Y vuelta a empezar. El ciclo de la cosa, ya se sabe.

lunes, 15 de octubre de 2012

El hombre de la ribera

Bebía. Mucho. Bebía de madrugada, a mediodía, por la tarde. Por la noche bebía. Tanto bebía que acabó convirtiéndose en un río. Con sus orillas, sus meandros, sus calandinos, sus notonectas en los remansos. Y espumas, con también. Se acercó por allí un hombre, lo miró, se arrodilló en su  ribera y le dijo:

–El reciclaje.

lunes, 8 de octubre de 2012

Nada

La imagen de la rama se refleja en el río. Por un instante la imagen se cree viva, real, caricia. Quiere beber, atrapar la hoja que escurre la corriente, jugar con ella, enredarse en los bejuquillos, nadar hasta la orilla, donde los patos. Pero no puede. No es rama. No es viento. No es agua. No es río. No es piel. Solo sombra, reflejo, irrealidad, mentira. Nada.

(Foto: reflejos en el agua de las Fuentes del Marqués, Caravaca de la Cruz))

lunes, 1 de octubre de 2012

lunes, 24 de septiembre de 2012

Abuzarse en la cieca


¡Qué cansera traigo de recorrer esos cabezos, de trepar esas laeras atascás de romero y espliego, de atravesar las caleras, los ribazos, los ramblizos, mis piernas heridas por las punchas de espinos negros y aliagas...! La calor cuasi no me deja respirar una miaja, no se escucha ni siquiá el cante de la chamareta y el chipiculío, asfixiaos, azurronaos en la rama de la noguera. Me sostiene el amor insaciable que te tengo, Mayrena, el saber que tu cieca está cerca con su agüica corretona y cristalina donde luego a luego me voy a abuzar para beberte, beberte, beberte hasta reventar follonica perdío de tu esencia.

(Foto: el agua de la acequia de Mayrena)

lunes, 17 de septiembre de 2012

El calcetín


Me miraba, abrió sus labios y pronunció una frase. El sonido y las palabras atravesaron, nítidos, mis oídos. Luego se atropellaron, se descompusieron al tropezar con el yunque, el martillo, con la trompa de eustaquio, se quebraron en sílabas inconexas, en letras deshilachadas, y cuando al fin llegaron a mi cerebro no eran más que culebrillas, serpentinas, símbolos imposibles de descifrar, de recomponerse en una expresión coherente. Mis ojos inexpresivos miraban su mirada y de mi boca, semiabierta, surgía una baba viscosa que se desprendió mojando mi calcetín multicolor. 

(Foto: mi calcetín multicolor con florecilla, y pinza)

lunes, 10 de septiembre de 2012

La mujer que pelaba patatas


Yo pelaba patatas ris ras con el cuchillo pelador de patatas que había comprado en ikea o en leroy merlin, qué más da. Me gusta pelar patatas. Sentada en la silla de la cocina, abro un poco las piernas para que se forme un hueco en el mandil, cojo patatas y las pelo ris ras. 

Él cerró la puerta y lo vi alejarse a través de la ventana. Seguro que iba a la cabaña, le gusta dormir en su cabaña del monte. Ahora subía por el camino que atraviesa el bosquecillo de carrascas y desapareció entre la fronda, seguido a tres metros por un pavo de pluma negra y moco colgante. Algo va a pasar, me dije, a él no le gusta que lo siga un pavo. 

Cogí la siguiente patata y comencé ris ras a pelarla. Y luego otra. Y otra. Lo de pelar patatas es fácil, se domina cuando has pelado las primeras quinientas. Luego llega la rutina, el ris ras sin entonación, monótono y repetitivo. Yo ya las pelo sin mirarlas, sólo por el tacto. La práctica. Así aprovecho para mirar otras cosas. Aquel día había en la esquina del techo una pequeña salamanquesa, agarrada a la pared con sus deditos de caramelo de gominola. Quieta. Me miraba con su pupila vertical, sin perder de vista ni un instante el movimiento de la patata que giraba en mis manos. 

Y veinte horas más tarde todo seguía igual: yo pelando patatas, la salamanquesita mirando mis manos y él sin aparecer.

(Foto: salamanquesa mirando pelar patatas)

domingo, 2 de septiembre de 2012

El pavo


Al coger las llaves para entrar en mi cabaña me fijé. Estaba detrás de mí, a tres metros de distancia, pluma negra, parado, moco colgante, mirándome. El pavo. Sin duda me había seguido desde algún punto del camino que tomé tras dejarla en su casa pelando patatas. Me observaba con insistencia indiferente. Le dije “¡ox, ox!”, en el idioma que se emplea para espantar a las gallinas, pero no lo entendía, o fingía no entenderlo, y siguió allí, impasible. Cerré la puerta y me acosté, era tarde. 

A la mañana siguiente, al salir para llegarme hasta su casa y comprobar si seguía pelando patatas, el pavo permanecía allí. Esperándome, sin duda. Por el camino de tierra me seguía a tres metros en silencio. Si yo paraba él paraba; si seguía, él seguía; si lo miraba, él me miraba. Tres horas detrás de mí por trochas, veredas, senderos y vaguadas. Harto, no sabía qué estrategia seguir para desprenderme de él, nunca me ha gustado que me siga un pavo. 

Al final decidí subir a la cima del Cerro Gordo, el más alto del lugar, a los pavos nunca les ha gustado subir montes, creo. Dos horas de subida atravesando canchales, laderas empinadas, aulagares. Al llegar arriba, exhausto, miré hacia atrás. Allí estaba el pavo, a tres metros, parado, sin muestras de cansancio. Mirándome. 

Entonces tuve una idea: señalé una nube que pasaba sobre nosotros –alguien, no recuerdo quién, me dijo una vez que a los pavos les gustan las nubes–, y aprovechando que giró y elevó la cabeza para mirarla –y que en el movimiento el moco le había tapado el ojo derecho–, me precipité monte abajo a toda velocidad, por la vertiente distinta a la que habíamos subido, saltando matorrales, piedras, arroyos, conejos y cabras, sin detenerme ni un instante para mirar hacia atrás, hasta que al fin llegué al pie del monte. Me detuve jadeando detrás de un enebro y miré a mi alrededor. No había pavo. Miré luego hacia la cumbre, pero no se lo veía bajar por la ladera. Libre al fin, pensé, y me encaminé a la casa de ella. 

Dos horas me llevó llegar, dando un rodeo para despistar, interrumpidas de trecho en trecho por miradas angustiadas a mi espalda por ver si el pavo me seguía. No había pavo, me había liberado de él, pensaba, ingenuo. 

Abrí la cancela del jardín y me dirigí a la puerta. Pude oír en el interior el ris ris del cuchillo pelador de patatas, quizás llegaba a tiempo. Pero antes de golpear la aldaba para que me abriera, giré la cabeza, escudriñé el entorno, temeroso, y... ¿sabéis quién estaba detrás de mí? Os equivocáis, seguía solo. No había ni rastro de aquel pavo que debería haber estado allí, a tres metros de mi espalda, mirándome, según los guiones establecidos y las historias previsibles. Algunos cuentos de pavos tienen finales sorprendentes.

(Foto: la cumbre del Cerro Gordo, y la nube que miraba el pavo)

martes, 17 de julio de 2012

Allá arribotas


Caravaca está protegida por poniente con una serie de montañas: el Cigarrón, los Siete Peñones, la Peña Rubia, el Cerro Gordo, el Buitre, Pinar Negro... Precioso subirlas, recorrerlas, olerlas, sentirlas. O simplemente observarlas en el horizonte por encima de nuestros pinreles mientras nos tomamos el bocata y un buchito de agua de Las Fuentes, panzarriba, como en este descanso en la cima del Calar mirando a los Siete Peñones.

domingo, 15 de julio de 2012

Pilca


Me han dado muchos besos en mi vida, pero recuerdo uno especialmente. Yo viajaba hacia Argelia, donde trabajaba, y tú me acompañabas por primera vez. Yo estaba sentado junto a la ventanilla del avión; tú, a mi lado. Te acercaste en silencio y besaste mi mejilla, cálidamente, con una sonrisa en los labios. El cariño y la ternura que me transmitieron aquel beso quedaron grabados en mi piel para siempre. 

Unos meses antes nos habíamos prometido aquello de “hasta que la muerte nos separe”, expresión que no he vuelto ni volveré a pronunciar jamás. Quince años maravillosos, dos hijos a los que quiero más allá de los límites racionales, un período irrepetible; si hoy valgo algo como persona y como profesional te lo debo en buena parte a ti. 

Luego nos separaron circunstancias bien diferentes a la que se nos anunciaba o amenazaba en el intercambio de anillos olvidados; la eternidad dura lo que se tarda en deletrearla. Porqués sin respuestas, un sentimiento de culpabilidad que me ha acompañado y me acompañará siempre, el inicio de nuevos caminos, de besos diferentes, de promesas distintas algunas veces cumplidas. 

Quiero pensar que has sido feliz, que la persona que encontraste, que te cogió la mano y no la ha soltado hasta hoy, te ha dado lo que yo no supe, no pude o dejé de darte. 

Hoy soy yo quien se acerca a la ventanilla del avión que te devuelve al origen mineral y quien besa tu mejilla con inmenso cariño, mientras una lágrima serena, sin retorno, escapa de mis ojos, y de mis labios brota un susurro tardío. Demasiado tardío. 

(Foto: Pilca)

lunes, 9 de julio de 2012

Maternidad


La avispa hace su avispero en la contraventana de mi dormitorio. Precioso bichejo que sólo pretende vivir en paz. Si ataca es porque se siente amenazada, o porque defiende a su prole. Como haría yo. Esta ha tenido suerte, no la voy a matar. Como buena madre, terminará de hacer el avispero, de poner sus huevos en las celdillas, de procrear una nueva generación de avispillas, cada vez menos frecuentes. Eso sí, procuraré no olvidar que está ahí y no cerraré la ventana en unas semanas, no sea que si lo hago ella no entienda que yo la quiero mucho y me endiñe un aguijonazo al confundirme con un enemigo. Enternecedor animalico, la avispa.

lunes, 2 de julio de 2012

Tu último pelo



Cada vez que vienes a nuestro refugio clandestino suenan los pífanos de la ilusión en mi interior. Reboso. Sólo estás unos días, pocos, locos, y cuando te marchas vuelve a inundarme el sintiísmo, la nostalgia, el recuerdo, la tristeza. Antes de marcharme yo, dos días más tarde, barro, limpio, friego baño, dormitorio, cocina, baldosas, suelos, uno es muy aseado, y siempre encuentro pelos de tu cabellera por doquier. Los pelos de la pasión, del desenfreno, del peinado desenredador. De la lagrimilla. En la sábana, en la almohada, en el suelo, en la bañera, en el microondas, hasta en el congelador de la nevera los he encontrado. Pelos atrapados en la escoba, que al retirarlos a mano para echarlos al cubo de reciclaje es como si los acariciara otra vez. Pelos tuyos, inconfundibles, negros, finos, largos de cuarenta centímetros. Pelos.

Desde la última vez que estuviste en él, he visitado cuatro veces nuestro refugio clandestino. Solo, sintigo. Al marcharme, me armo como siempre de mopas, fregonas, kahachesietes, y barro, limpio, fregoteo, doy esplendor. Siempre ha aparecido algún pelo tuyo, como una reliquia de tu última vez, abrazado a una pelusilla de esas que florecen bajo las camas, o detrás de una puerta, o enrollado en la a del teclado del portátil. Cada vez son menos numerosos, como mis lagrimillas, pero siguen apareciendo. 

Ayer, antes de dejar el refugio clandestino después de pasar unos días solitarios, barrí de nuevo, y sólo encontré uno de tus pelos negros inconfundibles, oculto bajo la pata de una silla de la cocina. Tu último pelo. Ya no hubo lagrimilla nostálgica, la intensidad de mis añoranzas también disminuye a medida que voy encontrando menos pelos tuyos, hasta desaparecer, supongo, cuando mis escobas, mopas, pañitos de mercadona, bolsas de la aspiradora aparezcan total y definitivamente liberados de tus cabellos. 

Vas a tener que coger tu jet privado, o tu bmw, o el ave, o la bici azul con timbre niquelado y volver unos días conmigo a nuestro refugio clandestino, para inundarnos de besos y para sembrarlo de nuevo con tus cabellos largos, negros y etcéteras, si no quieres que me olvide hasta de tu nombre... ¿Manuela?

(Foto: pelo largo, fino y etcétera en lavabo)

jueves, 28 de junio de 2012

El albercoque


Este año han comido mucho sol. 

lunes, 25 de junio de 2012

El Tete


El Tete se ha ido esta mañana. El Tete, una de las personas físicamente más fuertes que he conocido. Y también mentalmente, ahora lo sé. 

Dos años peleando con la odiosa parca, ganándole el pulso una y otra vez, como hacía conmigo, incapaz de mover su brazo de hierro. Pero ella al final dobló su muñeca, cabreada por la resistencia encontrada, no le gusta que la respeten tan poco, que se rían tan abiertamente de ella. Admiro a los que pelean hasta el final. 

Tánger, Mayrena, un piano y una voz de tenor, la pista abrasadora de tenis, sus abusos cariñosos de fuerza, la bandurria, unas morcillicas en el cañota... sabores y sonidos que andaban esturriaos por ahí dentro y que ahora se me escapan en busca de recuerdos y lugares compartidos. 

En mis labios queda el sabor que me dejó tu frente el sábado en el último beso que te di en el hospital, tú dormido. –Despertarme para ver el España Francia –habías dicho un par de horas antes. El Tete hasta el final.

lunes, 18 de junio de 2012

Pasos


El presidente, dirigiendo su país con pasos firmes, decididos y seguros durante la travesía del desierto.

lunes, 11 de junio de 2012

Chistes de amor


Alta, delgada, cabello rubio teñido, traje verde, ajustado, chaquetilla de lana blanca, tacones altos, rostro surcado por las huellas de mil sonrisas y experiencias, mejillas empolvadas, labios pintados de rojo brillante, mirada cansada enmarcada por un maquillaje excesivo azul y negro... Tuvo que haber sido una mujer muy guapa. Aún lo era a su avanzada edad. 

Yo la veía a menudo mientras hacía cola para comprar entradas en cualquiera de los cines de la calle Fuencarral de Madrid, en una época en la que en la calle Fuencarral había cines y bares con bocadillos de calamares. Me fascinaba mirarla. Recorría las colas, con pasos inciertos y poco seguros, de adelante a atrás, de atrás a adelante. Coqueta siempre, elegante. 

–Chistes de amor, chistes de amor –anunciaba con voz cascada pero aún firme, mientras removía unos papelillos que llevaba doblados en una bolsita de plástico. 

Yo fantaseaba sobre su pasado. Me la imaginaba con treinta años menos, muy atractiva, vendiendo su cuerpo y su dulzura a cambio de un rato de compañía y comprensión. Ya nadie solicitaría su piel, su consuelo o su oído que tantas veces habría derrochado. Quizás viviese en una oscura buhardilla de aquel barrio, olvidada, sola. Y quizás también, para ayudarse a sobrevivir, vendía sus “chistes de amor” en las colas de los cines de la calle Fuencarral.

Siempre le compraba alguno de aquellos chistes de amor, que escogía al azar metiendo la mano en la bolsita. Cobraba unos pocos duros, no recuerdo cuántos. Venían escritos a mano por ella, en un papelito doblado en cuatro, que te entregaba con un “gracias” a cambio de las monedas. Los chistes siempre consistían en una pregunta en la cara del papel, y la contestación en el envés. 

Eran de una ingenuidad encantadora, propios de un alma sensible y tierna. No recuerdo ninguno en especial, aunque, imitando su estilo, alguno pudiera decir algo así: “¿Por qué a veces no llueve aunque haya nubes?” Le dabas vuelta al papel y leías “Porque las nubes a veces lloran hacia arriba”. Ella los llamaba chistes de amor, pero eran pensamientos surgidos desde el fondo de su mente nada convencional y algo deteriorada, en los que si no había chiste sobraba amor. 

Hay personajes anónimos que dejan una huella imborrable.

(Foto: una copia de aquellos chistes de amor)

lunes, 4 de junio de 2012

lunes, 28 de mayo de 2012

Impotencia


Quiero meterme en tu cuerpo
tantas veces recorrido,
escalar tu piel por dentro,
acariciar tus heridas,
sentir tu dolor,
ser tú.

Buscar en ti y arrancarlo
ese grito que te inunda.

Hacerlo mío,
abrir con rabia
y romperla
la tenaza que te cierne,
liberarte de cadenas,
devolverte tu esencia.

No soporto el dolor
que tu dignidad disfraza
de sonrisa,
ver tu luna que se quiebra
y arrastra y quiebra la mía,
sin ti no tiene sentido.

(Foto: planta carnívora, Dionaea muscipula, de tu terraza)

jueves, 24 de mayo de 2012

Mateo mira


Mateo mira. 
¿Qué mira Mateo?
¿La cieca, la guincha,
el albercoquero?
Descubre; escudriña;
aprende Mateo. 

(Foto: Mateo, mirando)

lunes, 21 de mayo de 2012

Un año bisiesto


Las cuatro y diez de la tarde del día veintiuno de abril de un año bisiesto. Un meteorito, que lleva millones de años vagando por los espacios sidéreos, se ve atacado por la gravedad no necesariamente newtoniana de la Tierra, y se precipita sobre nuestro planeta en algún punto situado entre la población de Bullas y la rambla del Cura, en la provincia de Murcia (España). La explosión se escucha en Singapore y en Rawalpindi. La onda expansiva, nube de polvo y tsunami originados como consecuencia del impacto afectan, en principio, a acequias, aljibes, reguerones y guinchas locales, pero luego a luego se extienden por tierras, mares y continentes del mundo global y merkeliano. La prima de riesgo, esa cosa, se dispara. No hay muertos ni heridos, pero sí millones de cabreados (los daños colaterales, los llaman ahora). Los verdaderos culpables, todos ellos "personas importantes", se esconden, eluden su responsabilidad, exclaman aquello de "yonohesido", culpan a los de siempre: niños, ancianos, rivales políticos, ayatolas, binládenes y herencias recibidas. Alguno hay que incluso llega a culpar de todo al hecho de que sea un año bisiesto. Al final no dimite ninguno, para qué, miran para otro lado y siguen robando y forrándose como energúmenos.


lunes, 14 de mayo de 2012

Instrucciones para quitarse el pantalón


La acción de quitarse el pantalón debe realizarse estando de pie y generalmente de noche, antes de acostarse.

Comenzamos desabrochándonos el cinturón. Para ello, introducimos el dedo pulgar de la mano izquierda entre el pantalón y la barriga, contraemos esta para ampliar el hueco, y con la mano derecha tiramos del cinturón hacia delante y derecha, con objeto de liberar el clavo de la hebilla del agujero correspondiente del cinturón. Realizada esta operación, procedemos a desabotonar el botón superior de la bragueta, con la mano izquierda, mediante un hábil juego de los dedos pulgar, índice y medio de dicha mano.

En este preciso instante es cuando nos damos cuenta de que no nos hemos quitado los zapatos. Quitarse el pantalón sin descalzarse previamente es labor imposible. Nos sentamos en una silla o en la cama y nos descalzamos, generalmente primero del pie izquierdo y luego del derecho, y retomamos la operación donde la habíamos dejado.

Bajamos la cremallera de la bragueta con la mano derecha, liberando de este modo la cintura del pantalón con objeto de poder desplazar este hacia abajo. Sujetamos la cintura del pantalón con las dos manos, cada una en su costado, y bajamos ambas manos hasta la altura de las rodillas. Alzamos el pie izquierdo unos treinta centímetros, doblando la pierna, sin soltar la cintura del pantalón, de modo que permanecemos sobre un solo pie, el derecho, en una figura conocida como “a la pata coja”.

En este punto se produce el momento clave de la operación. Recordemos que estamos de pie, con el pantalón desabotonado, la cremallera bajada, a la pata coja y con la cintura del pantalón a la altura de las rodillas. Sin soltar de la mano izquierda la cintura del pantalón, vamos desplazando dicha mano hasta alcanzar y agarrar con ella la parte inferior de la pernera izquierda. Con un movimiento rápido, decidido, y echando el talón levemente hacia adelante, liberamos la pernera izquierda y apoyamos el pie izquierdo en el suelo, recobrando la estabilidad bipédica. Este movimiento debe ser seguro, aunque no enérgico, pues si no lo hacemos así corremos el riesgo de perder el equilibrio y ponernos a dar saltitos ridículos e incontrolados, desplazándonos sobre el suelo con un solo pie, con el grave riesgo de caernos de cabeza contra el espejo del armario.

En este instante, la situación es la siguiente: nosotros de pie, con la pierna derecha aún cubierta por la pernera de ese lado, la pierna izquierda liberada de su pernera, y nuestras manos agarradas a la cintura del pantalón. Ya solo nos queda liberar la pierna derecha de la pernera del mismo lado. Para ello invertimos nuestra patacojez asentando firmemente el pie izquierdo en el suelo y, alzando con decisión el derecho unos treinta centímetros, desplazamos el pantalón -que tenemos, recordemos, agarrado con las dos manos- hasta el pie derecho, liberándolo de la pierna y pie del mismo lado tal como ya hicimos en el caso de la pierna izquierda. El pantalón, liberado e independiente, se encuentra en este momento sujeto con nuestras manos a la altura de la cintura o algo más bajo. Ya solo nos queda colgarlo en la percha, o dejarlo doblado sobre la silla, y proceder a quitarnos la camiseta, que también tiene su tela. 

(Foto: una de las primeras fases de la operación, reflejada en el espejo del armario)

lunes, 7 de mayo de 2012

Escritos helicoidales


Frases escritas en hélice en el cilindro interior de cartón del rollo de papel higiénico, sin autor, donde nadie lee, donde las palabras, las frases se suceden libres de lógica o de gramática, o no, porque saben que ninguna pluma las dirige, las guía, las atilda, donde las letras se juntan a su libre albedrío para formar palabras que solo ellas quieren componer, como bejaraque, albisterio, stakata peurreut, jungre, y otras no menos bellas, sin subjuntivos ni conjunciones copulativas que las aprisionen, palabras y frases que se deshacen nada más formadas para enlazarse de otro modo, con o sin sentido, como un corro de la patata caótico y caleidoscópico precioso, una helicoide que gira, oculta, al ritmo de deposiciones y limpiadas sucesivas. Las letras interiores, las más sinceras, las que surgen del fondo del alma. Nunca pensé que el cilindro de cartón final del papel higiénico, el alma, pudiera encerrar tanta belleza, tanta libertad, hasta que un día, antes de condenarlo al cubo de reciclaje, me detuve a leer o imaginar: "Bullas Tierra que le se precipita sobre cuatro y diez de un año bisiesto lleva millones..." 

(Foto: cartón interior de rollo de papel higiénico conteniendo relato escrito helicoidalmente)

lunes, 30 de abril de 2012

lunes, 23 de abril de 2012

La sámara y el brezo


Se desprende del olmo, esperanzada. Gira sobre su ala, como una mariposa o una bailarina de ballet, intentando alejarse al compás de la brisa, encontrar un pedacito de tierra fértil y poder allí germinar. Enamorada de esa tierra que no conoce, su ala dibuja una especie de corazón. Piensa en la semilla que lleva dentro, en que algún día se convertirá en árbol frondoso para inspiración de poetas, comida de galerucas y nido de alcaudones. 

Y así vuela ilusionada, cae mecida por el viento, se aleja, puede que hasta cante (o tararee) alguna canción de esas que cantan las sámaras de los olmos. 

Ya está en el suelo. Mira a su alrededor, y no le gusta lo que ve: está rodeada por cientos, miles de sámaras iguales a ella, que también soñaron y volaron como mariposas. La competencia. Además, ha caído sobre una fea baldosa, estéril, sucia, donde no encontrará tierra ni sustento para medrar. Mala suerte, piensa. 

Quiere huir de allí. Levanta un poco el ala, y basta una breve brisa para elevarla en el aire de nuevo. Se balancea, sube, baja, se dirige, cambia, flota, se mece, se aleja, suspira, canturrea de nuevo (¿cómo serán las canciones de las sámaras?), piensa, sueña, mira. Ya está lejos de la baldosa, recoge su ala con un movimiento coqueto, como el de una mujer que se baje una falda rebelde (Marilyn Monroe), y se deja caer. Este puede ser un buen lugar. 

Pero queda presa, no sabe si por un fallo en su cálculo, una última racha de aire no prevista o los designios y piruetas del destino, presa digo y prendida de la rama de una valla de brezo. Se debate, se agita, llora, patalea, intenta liberarse para continuar su vuelo, tiene que haber otras oportunidades. Pero el brezo no la suelta, no se sabe si por envidia o por amor. Seguramente será por amor, es tan frágil la sámara... Y con esa forma de corazón... Los brezos son así, caprichosos y enamoradizos. Y allí muere la sámara, con la inútil semilla entre sus alas, víctima vertical de un amor que no era el suyo, entre los arrullos de un brezo no deseado.

Ni poetas ni galerucas ni alcaudones.

(Foto: sámara de olmo en brezo)

viernes, 13 de abril de 2012

Mapa lunárico


Cada piel femenina está adornada con un manojico especial y personal de lunares. Yo los imagino como pequeñas estrellas de color chocolate (dulce) en un cielo claro. 

In illo tempore, cuando yo ligaba y una mujer me ofrecía sus encantos dejándome acceder a su piel desnuda, me gustaba buscar sus lunares, asimilarlos a estrellas, agruparlos en constelaciones reales o imaginadas, bautizarlos, recorrerlos, aprendérmelos. Y luego en mi casa dibujar ese cielo luminoso sobre un papel en blanco, perfilando lo que denominaba y sigo denominando un “mapa lunárico”. 

He encontrado Osas Mayores, Menores, Andrómedas, Casiopeas, Pléyades, Sirios, Dubhes, Alcores. Las he encontrado en brazos, piernas, cuellos, espaldas, pechos, cinturas. Solo hay que buscar con cariño, sin prisas. A veces he bautizado constelaciones lunáricas con nombres inventados, como ese grupo de dos preciosos lunares que tienes en el cuello. 

Una estrella que siempre buscaba es Aldebarán, mi estrella favorita, es una manía. A veces cuesta, pero siempre se encuentra un Aldebarán en una piel de mujer. Y si no aparece, siempre la puedes imaginar situada en el lugar que más te seduzca. O dibujarla con ese lápiz dibuja-lunares que seguro existe, o nos lo inventamos. Si ella te deja, claro. 

La ubicación de los lunares femeninos es a veces sorprendente. Yo me enamoré de un Altair situado en un lugar de difícil acceso, mágico, único, lunático, especial, irrepetible. Creo que pocos ojos lo habrán contemplado y admirado. Y menos aún bautizado. Sigo enamorado de él, aunque sé que ya nunca lo perfilarán mis labios. 

Porque cada lunar femenino es un beso, una caricia dulce con la mirada, con la yema de un dedo o con la punta de la lengua, un susurro. Toda mujer lleva un cielo dibujado en su piel, el único cielo en el que creeré siempre.

(Dibujo: un fragmento de mapa lunárico)

lunes, 19 de marzo de 2012

Mi guitarra


Una guitarra que ya no suena, un sonido olvidado de bordón grave, creyéndose la de Hank Marvin, dormida. 

Un escenario de losas grises, sin adornos, sin focos. 

Una silueta de mujer anónima, acariciada como si tuviera un nombre real, no imaginado. Demasiado acariciada. Demasiado imaginada. Demasiado anónima. 

La púa que a veces se cae de la mano. Insegura. O de la boca. También insegura. 

The young ones y el be bop a lula que calientan algo al personal. 

Alguna disonancia, un cruce, una cuerda que salta, la voz de Carlos agarrado al micro que suena mal, malditos acoples. 

Las miradas a las baquetas, que agita Javier, para no perder el compás en los laberintos caprichosos del eco espiral del aula del Colegio Mayor.

El eco. 

El aula. 

Una cara en la segunda fila. 

La serenidad de Josemari, moviendo sus dedos seguros por las cuatro cuerdas retumbantes del bajo. 

Los veinte años. 

Un aplauso. 

Los ensayos en la buhardilla de Mateo, rodeados de botellas de ginebra medio vacías y de coca cola medio llenas. 

Hoy me gusta recordar, mientras escucho Radio3, el inicio de aquel camino que al final no fue. 

Como tantos caminos que al final no son.

(Foto: mi guitarra favorita, “la morenita”, hoy dolorida, nunca olvidada)


(Vídeo: Cliff Richard y The Shadows, The young ones)

lunes, 12 de marzo de 2012

Tu mirada


Te encontré en una esquina de la ciudad perdida. 
Tu mirada traspasó mi alma y se alojó en mi conciencia, 
como una daga encendida. 
Desde entonces busco una respuesta para ofrecértela; 
pero no he podido hallarla en ningún lugar del mundo. 

(Foto: indita tayrona que fotografié en la Ciudad Perdida de la Sierra Nevada colombiana)

lunes, 5 de marzo de 2012

Anverso y reverso


Anverso: la cabaña sobre la ladera pina, seca de tanto vivir. La vieja Luna escoltada por Venus y Júpiter, sus amantes aplazados. La noche.

Reverso: un mar verde, lejano, sosegado. Simétrico. Un joven Sol espléndido sobre el cielo azul. Luz húmeda. El día.

Noche y día. Declive y explosión. 

No son tan incompatibles. El espejo se deshace en teselas anacrónicas cuando Luna y Sol, noche y día, se trasladan desnudos al laberinto de guata y hacen el amor imposible sobre el canto, blanco de espuma, de flor de albercoquero y enebro, de sonrisa limpia.

Anverso y reverso unidos por la espiral tantas veces recorrida.

Se buscan.

Se encuentran.

(Foto: la funda de mi cuaderno de notas)

martes, 28 de febrero de 2012

Leer por dos euros


Al lado de mi casa han abierto hace poco una librería en la que cualquier libro que compres te cuesta dos euros. Son libros viejos, usados, leídos, manipulados, olidos, frecuentemente con anotaciones de sus anteriores dueños o lectores, y eso los hace para mí más atractivos. Me gusta imaginar la otra novela que encierra cada una de estas novelas, su peregrinar por diferentes bibliotecas, por diferentes manos, quién la leyó fascinado hasta el final, quién la dejó a mitad por no poder soportarla, quién ni siquiera la abrió, quién anotó a lápiz aquella frase o aquella fecha. Y me gusta pensar que yo no soy más que un nuevo eslabón en el deambular de estas novelas viajeras, una estación donde se detendrán durante un tiempo para reanudar luego su vida aventurera con mi mirada y mis anotaciones, nuevas, adheridas a su piel. Libros peregrinos, libros que pueden contar vivencias a sus fugaces compañeros de estantería, contagiándoles su olor diferente, su alegría, su vitalidad. Libros vividos.

(Foto: alguna de las novelas adquiridas en la librería)

lunes, 27 de febrero de 2012

El cipotillo de la cueva


Para mí, Mayrena siempre ha sido hembra. Seductora, sensual, atractiva por sus perfiles ondulados, su mirada verde, su ternura, su forma de tratarme. Hembra. Y la cueva siempre la imaginé como la vagina de esa Mayrena-hembra, qué le vamos a hacer, soy poeta y cachondo. Cada vez que entraba en la cueva, excitado, imaginaba que ella también gozaba como yo, y que las caricias que siempre doy a sus paredes y estalactitas le proporcionaban un inmenso placer que estallaba en un orgasmo final de cal, humedad y silencio. Nuestro amor, clandestino, intermitente, pasional, sin preguntas, oculto, guarrete, tenía todos los ingredientes para durar mientras mis piernas me permitieran trepar hasta su cadera. 

Pero un día, rebuscando en los recovecos de la cueva como hago siempre a la luz de la linterna, descubrí algo que no había visto hasta entonces. Me sorprendió. Un falo. Pétreo, sí; breve, también; pero falo. Semierecto y con el paquete testicular bien identificable.

Desde entonces, mis sueños se han diluído, mis versos no riman, mis sentimientos discrepan. Ahora, cuando penetro en sus entrañas, pienso que quizá Mayrena no sea hembra sino hombre, y la cueva, su bragueta. Que Mayrena me ha tenido engañado durante lustros. Que la cueva no es cueva sino cuevo.

O quizá lo que yo pienso que es un falo, un humilde cipotillo, no es sino el clítoris de mi cueva, lo que confirmaría mi teoría sobre la feminidad de Mayrena. No investigaré demasiado, moderaré mis caricias y mis manipulaciones de ahora en adelante en esa zona de conflicto, no sea que en pleno paroxismo se derrumbe la cueva y me trague como hizo con la cabra (otro día hablaré de la cabra) 

Pero da igual, sigo tan enamorado de Mayrena, ella o él, que acudo a visitar la cueva, fascinado y excitado, cada vez que viajo a esta bendita tierra; hay amores que sí son eternos. Si al final es un cuevo, pues bueno, no pasa nada, cambiaré mis esquemas mentales, la polaridad de mi excitación, mis posturas, y seguiré subiendo como un verraco, ciego perdío, para continuar gozando de sus encantos, de sus caricias, son ya muchos años de amor incondicional y pasión desenfrenada como para olvidarlos ahora por un cipotillo más o menos. 

(Foto: formación fálica en la cueva de Mayrena)

lunes, 20 de febrero de 2012

El belmonte


Empezó siendo una bebida para trabajadores del campo. En las frías madrugadas del invierno caravaqueño, los campesinos, antes de subir a majencar, aviar cornijales, caballones, ciecas, guinchas y parás, se pasaban por El Cañota a pegarse un pelotazo de belmonte y combatir ansí los esfarates anímicos y físicos de la helada. Sobre la barra de cinc se alineaban los belmontes, humeando en humildes vasos de vidrio que había que coger con la punta de los dedos pulgar y meñique, para no abrasarse la mano. Y sorber de poquico en poquico, haciendo ruido con los labios. Como el té moruno. 

Yo coincidía con ellos cuando quedaba con Gaby para ir a la montaña. Y entre sorbo y sorbo belmontiano aprendía la peculiar jerga de los campesinos, hoy lamentablemente olvidada. Allí cogíamos combustible para subir luego a luego las duras laeras del Cigarrón, un “chute” de belmonte era la mejor gasolina para quitar el azurronamiento mañanero ¡Acho, cómo subíamos los cabezos; a pijo sacao! 

Hoy el belmonte se ha aburguesado. Ayer lo encontré en la carta de una de las mejores cafeterías del pueblo, casi perdido entre capuccinos y cafés a la no-sé-qué. Y lo pedí, claro. Delicioso. Ahora se sirve en copa de diseño, con platito, sin cinc, y tú eliges “la coñá”, que ya no es de garrafón. Pero se mantiene la esencia del belmonte: leche condensada, chorreón generoso de brandy (antes, “coñá”), café solo. Por este orden, el rito es el rito. Se menea, y pa dentro. Yo lo tomé con una toña, otro invento maravilloso de la zona, más moderno, con menos solera. Pero mojada en el belmonte está que ni cuento. 

Pues nada, Mariluz, cuando vengas a Caravaca, que sepas que estás invitada a pegarte un belmontazo. Lo de mojar la toña lo dejo a tu elección, lo suyo es bebérselo "a pelo". Y si es menester, luego a luego nos subimos al monte. O te llevo a la era.

(Foto: belmonte y toña sobre mesa)

lunes, 13 de febrero de 2012

No estoy


No estoy pensando en el recorrido que me queda. 

No estoy pensando en la soledad que me acaricia aquí arribotas, entre pinos y matojos, cielos azules, andares de viento y rocas desgastadas por un agua pasional pero intermitente.

No estoy pensando en el mar que me llena ahora, lejano pero cálido. Ni en su playa. Ni en su arena. Ni en su orilla. 

No estoy pensando en oír el clic del temporizador o el tuic de la curruca.

No estoy pensando en la receta para cocineros indolentes como yo, pechugas de pollo con vinagre, que me contaron esta mañana.

Estoy simplemente sentado en la rambla, un alto en el camino, pelando una naranja. Otra forma de acariciar una piel o de desnudar un deseo.

(Foto: pelando una naranja en la rambla)


jueves, 9 de febrero de 2012

Los libros de Paradela


Al fin me hice con los libros de Paradela. La tardanza ha sido por mi exclusiva culpa, hasta el viernes pasado no he podido ir a recoger el paquete a Aranjuez, donde lo guardaba con celo y paciencia nocheinfinita

Para los que no sepáis de qué va la cosa os la cuento. 

María Jesús vive en Paradela de Coles, Ourense. Yo la llamo cariñosamente Paradeliña, pero no sé si le gusta que la llame Paradeliña, es muy suya. Y muy de los demás. Es una mujer activa, inteligente, alegre, culta, vital, independiente, ilusionada, dicen que hace unas empanadas y un xatevín para chuparse los dedos (algún día lo comprobaré, igual no es para tanto), emprendedora, amiga. Y generosa a tope. 

Bueno, pues resulta que Paradeliña organizó un concurso de narrativa. Hemos participado unos cuantos. Ganó aroBos. Yo quedé a mitad de la tabla, ese lugar tan ingrato en el que nadie llega a leer tu nombre, ya empiece a leer la lista por arriba o por abajo. Pero no contenta con organizar el concurso, lo dotó con un premio en metálico sacado de su bolsillo, que me da que no es boyante precisamente. Y además, ha hecho una cuidada edición de los textos, de 500 ejemplares, para regalárnoslos a los que participamos en el concurso (Arobos, que además de escribir muy bien es un hombre elegante y generoso, donó su premio para contribuir a la edición; gracias, Aro) 

Mi lote lo mandó a Aranjuez, donde vive Noche, participante madrileña en el concurso. Y para allá que me fui a recogerlo. Noche también es especial, como todo el grupo paradeliano. Me invitó a comer (me dejé), y luego a su casa donde me pegué un pelotazo de ron, o dos, ya no recuerdo bien. Charla agradable, buenrollismo, relajo, risas; estuve muy a gustico (si me llego a tomar un tercer ron me declaro a Noche, fijo, pero soy tímido, me pasa siempre) 

Paradeliña, culo inquiero donde los haya, ha organizado ahora otro concurso sobre fotografías relacionadas con la mujer. ¡Para ya, Paradela, mujer, te vaya a dar un parraque! 

Y esto es lo que quería contar hoy: mi agradecimiento a María Jesús y a Noche. Algún día iré a por ese tercer ron. Sois la caña.  

(Fotos: los libros de Paradela; portada, contraportada y dos "cachos" de texto)