lunes, 26 de septiembre de 2011

Buscándome en ti


Quiero trepar por tu cuerpo 
enganchado a tu ladera, 
sentir el brazo invisible de la brisa que te envuelve, 
oler tu piel de romero, de espino negro, 
de espliego, de resina... 
de silencio,
saciar en tus manantiales mi ansia de poseerte, 
perderme en tus recovecos 
buscándome en ti, Mayrena.

(Foto: otoño en Mayrena)

lunes, 19 de septiembre de 2011

El hombre reciclado


¡Depilación por rayos láser!”, se leía en la pantalla de la telele sobre la imagen de un hombre sin vello que se enrollaba al cuerpo desnudo de una joven muy atractiva. “¡Por solo cuatro mil euros le garantizamos una depilación definitiva que le hará triunfar en su vida sexual y profesional!”, proseguía el anuncio entre jadeos y gritos femeninos de ¡sí!, ¡sí!

Se quedó pensativo durante un rato, prendido de la pantalla.

Cuatro días después no quedaba un pelo en su pecho, axilas, pubis, piernas y brazos. Se miró al espejo. Se palpó. No estaba muy convencido, se veía como una gallina sin plumas, o una liebre recién parida. “Pero esto es lo que se lleva —pensó—, y en este mundo tan mediatizado es imposible triunfar si no se sigue la moda”.

Aceptó su nuevo aspecto aunque le daba la impresión de estar en la piel de otro.

Aquello no fue más que el inicio de la orgía “estética”. Algún tiempo después decidió “hacerse” el labio superior; unas pequeñas arrugas impertinentes habían surgido allí y decidió eliminarlas. El cirujano plástico le sustituyó las arrugas por un morro rebosante de botox. Le picaba, le molestaba, le abultaba, no podía morder a gusto el bocata de calamares, pero las arruguitas habían desaparecido.

Luego vinieron los pectorales; los quería como los de un boxeador. Nueva operación, nuevas inyecciones de sustancias plásticas varias, nuevos chorros de dinero hasta conseguir lo que deseaba. Y las bolsas de los ojos ¿qué hacían en un cuerpo que empezaba a ser perfecto? Más rellenantes, más incisiones, más artificialidad, más moda.

Sus “defectos” se hacían más patentes a medida que aumentaban sus “perfecciones”. El vientre le colgaba, horror. Liposucción, inoculación, plastificación, suturación, idiotización, y barriga tipo tabla de chocolate, como la del hombre del anuncio. Finalmente, decidió siliconizarse los glúteos, que le quedaron como los de un corredor de 400 metros lisos.

Se miró una última vez al espejo. Satisfecho, decidió acudir temprano a la playa, cubierto solo por un tanga, para que la gente admirase el maravilloso cuerpo que había conseguido con tanto esfuerzo, artificialidad y dinero. Por fin se veía como un hombre-diez. El mundo y las mujeres se rendirían a sus pies. Lo decían los anuncios.

A esa hora la playa estaba casi vacía. Solo andaban por allí los de la limpieza del ayuntamiento, retirando la basura que había depositado la grey de bañistas el día anterior. Al verlo, los limpiadores se abalanzaron sobre él, recogedor de basura en ristre. Pensaban que era un detritus más que movía el viento. Él corría e intentaba gritar anunciándoles que era un hombre, pero le salía una voz gutural y aguda, parecida al sonido que emite una botella cuando soplamos por el gollete. Lo alcanzaron, lo apalancaron con el recoge-basuras, lo alzaron y lo lanzaron al camión donde, envuelto con los demás desperdicios, fue llevado rumbo a la planta de reciclaje.

Quizás hoy ha sido reconvertido en unas pocas botellas de plástico de esas que, una vez trasegadas, arrojamos al cubo amarillo para ser recicladas de nuevo.

Hay muchas maneras de alcanzar la inmortalidad.

lunes, 12 de septiembre de 2011

lunes, 5 de septiembre de 2011

El capazo


El capazo, confeccionado a mano con el esparto de las atochas del monte. En su día sirvió para contener la oliva recogida de las oliveras. O la almendra, que se pelaba y guardaba en trojes específicos. O los albercoques, colectados uno a uno desde lo alto del perigallo. Hoy cuelga de un clavo oxidado en la almazara gozando de una tranquila jubilación. Pero imagino que preferiría volver a rular de aquí para allá, recorriendo bancales de árbol en árbol, de guincha en guincha.

jueves, 1 de septiembre de 2011

El escritor (Concurso Paradela - Agosto 2011)


Escribía. La pluma se movía ágil sobre la página blanca. Me asomé por encima de su hombro y leí lo que estaba escribiendo:

... como si en el engendramiento de los benjamines los padres pusieran siempre menos atención y empeño y fueran más negligentes a la hora de transmitirles las semejanzas, que quedan en manos de cualquier antepasado caprichoso... 

Le pedí la pluma. Interrumpió la escritura, me miró y me la ofreció. La apoyé sobre mi papel, pensando que fluiría sola como la había visto fluir sobre el suyo. Pero no fluyó, se quedó estática, esperando quizá una orden de mi cerebro que no le llegaba. Solo me regaló un borrón, como imagen materializada de lo que le transmitía mi mente.

—¿Cómo se hace para escribir? —, le pregunté al escritor.
—Todo está escrito en los árboles, en sus hojas, en el viento, en el mar: solo hay que saber leerlo y pasarlo al papel—, me contestó.

Miré las hojas del rebollo que teníamos enfrente. Solo vi hojas. Y un insecto que pululaba entre ellas, quien sabe si también buscando alguna frase escondida en la fronda. Ninguna palabra, ninguna expresión. Hojas.

Le devolví la pluma al escritor, lo mío no es saber leer árboles, vientos o mares. Y me incliné de nuevo sobre su hombro. En su mano la pluma fluía de nuevo, libre:

...que de pronto ve la ocasión de perpetuar sus rasgos sobre la tierra y se inmiscuye para otorgarlos a quien aún no ha nacido, o mejor, al que está siendo concebido...


(Textos en cursiva extraídos de “Mañana en la batalla piensa en mí” de Javier Marías)