lunes, 29 de agosto de 2011

Destilando romero


Una antigua caldera de destilación de romero, espliego y otras plantas, hoy abandonada pero testimonial. Hasta hace medio siglo, se utilizaban estas calderas para destilar esencias de especies aromáticas, tan abundantes en la zona. Para abastecerlas, bajaban los mozos de la sierra con hatos de matas cortadas por ahí arribotas, a lomos de borricos.

lunes, 22 de agosto de 2011

El pueblo


Vista del pueblo de Caravaca desde el castillo. Al fondo, los Siete Peñones y el Cigarrón, tantas veces pateados.

lunes, 15 de agosto de 2011

La cima del Cerro Gordo


El Cerro Gordo es uno de los montes más representativos de Caravaca. En la cima hay un hito y un nombre grabado con la punta de una navaja. Y muchos recuerdos.

lunes, 8 de agosto de 2011

La cascada


Cascada y laguna en la Rambla del Agua. Difícil de ver, por el acceso y porque suele estar seca, excepto algunas semanas durante las lluvias de primavera. La pasión por el agua en esta tierra tan sedienta siempre me emocionó. A esta rambla se la denomina "del agua" cuando en realidad se la debería llamar rambla de la piedra, o del espino negro, o del alacrán, que son los elementos que la adornan la mayor parte del año. Amor eterno al agua efímera.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Una aguja en un pajar (Concurso Paradela-agosto 2011)


Tenía siete años. Yo. Pasaba el verano en la finca de mi abuelo. La finca de mi abuelo tenía trigo. Y una era para la trilla. Y mulas. Y un pajar para guardar la paja.

Tenía un coche de juguete. Yo. Un morris, de hojalata, pequeño, de color verde, con ruedas redondas, como todas las ruedas. Me gustaba jugar con mi morris. Lo arrastraba por pasillos y caminos, mientras hacía brrmmm con la boca. De noche, lo aparcaba junto a mi cama, en el suelo. Lo miraba hasta quedarme dormido.

Una tarde fui a jugar al pajar. Con el morris en la mano. Estuve mucho rato, brrrmmm, me gustaba jugar en el pajar. Me llamó para merendar. El abuelo. Siempre llamaba para merendar. Cuando salía del pajar vi que no llevaba el morris en la mano. Disgusto grande, era un niño. Volví al pajar. Rebusqué. No encontraba mi cochecito de hojalata. Solo encontré una aguja, con una bolita de plástico negro en una punta. La miré. Una aguja en un pajar, pensé. Raro. Me gustaba la bolita. Pero no sabía jugar con una aguja, nunca podría sustituir a mi morris verde de ruedas redondas. La tiré a la paja. Sin rabia, nunca tiro las cosas con rabia.

Me seguía llamando para lo de la merienda. El abuelo. Salí. Me dio el bocadillo de chocolate con un dónde te habías metido. Miré al pajar no para responder sino para intentar comprender. Allí se quedaba para siempre mi morris. Y la aguja.

Desde entonces sueño muchas noches con el pajar. Bueno, muchas no, solo algunas.


(Foto robada a María Jesús -Paradela de Coles)

lunes, 1 de agosto de 2011

Brumas


Desde la cima del Cerro Gordo, hacia levante. Las crestas de las montañas se desperezan entre la bruma de la mañana aún fresquita. Pronto desaparecerán sorbidas por un sol implacable.