lunes, 27 de junio de 2011

El escritor


Escribía. La pluma se movía ágil sobre la página blanca. Me asomé por encima de su hombro y leí lo que estaba escribiendo:

... como si en el engendramiento de los benjamines los padres pusieran siempre menos atención y empeño y fueran más negligentes a la hora de transmitirles las semejanzas, que quedan en manos de cualquier antepasado caprichoso... 

Le pedí la pluma. Interrumpió la escritura, me miró y me la ofreció. La apoyé sobre mi papel, pensando que fluiría sola como la había visto fluir sobre el suyo. Pero no fluyó, se quedó estática, esperando quizá una orden de mi cerebro que no le llegaba. Solo me regaló un borrón, como imagen materializada de lo que le transmitía mi mente.

—¿Cómo se hace para escribir? —, le pregunté al escritor.
—Todo está escrito en los árboles, en sus hojas, en el viento, en el mar: solo hay que saber leerlo y pasarlo al papel—, me contestó.

Miré las hojas del rebollo que teníamos enfrente. Solo vi hojas. Y un insecto que pululaba entre ellas, quien sabe si también buscando alguna frase escondida en la fronda. Ninguna palabra, ninguna expresión. Hojas.

Le devolví la pluma al escritor, lo mío no es saber leer árboles, vientos o mares. Y me incliné de nuevo sobre su hombro. En su mano la pluma fluía de nuevo, libre:

...que de pronto ve la ocasión de perpetuar sus rasgos sobre la tierra y se inmiscuye para otorgarlos a quien aún no ha nacido, o mejor, al que está siendo concebido...

(Foto: hoja de rebollo, Miraflores. Textos en cursiva extraídos de “Mañana en la batalla piensa en mí” de Javier Marías)

lunes, 20 de junio de 2011

La fase perdida


Es duro pasar sin transición de la luna llena a una luna inexistente, solo recordada. Sin recorrer antes una luna menguante que hubiera hecho más llevadero el tránsito. Me rebelo, pero la pasión debe de ser así. Aparece de golpe cuando no se la espera, y de golpe se esfuma, humo, dejando en su lugar oscuridad. Del diez al vacío, del rojo al gris, del todo al porqué. Y la esperanza de volver a gritar un nuevo creciente lunar en esa luna rota se diluye cada madrugada en lágrimas desesperadas, inútiles, sólidas, sin sentido ni futuro.

(Foto: rizo y lunar)

lunes, 13 de junio de 2011

La miraba a luna el que sapo


En charca vivía del arroyo, una del monte cerca. Absorto, hacia cada bocaza su noche miraba y asomaba del agua, fuera lo alto. Como los ojos tristes, si algo estuviera enamorado. Le preguntó al atardecer un zum libélula, se le acercó tan abstraído y verlo volando, una. Miras poeta, ¿luna la sapo?. Un dio, dijo el sapo la libélula y salto sí se comió.

lunes, 6 de junio de 2011

Infarto de pitocardio


Fue mi compañero inseparable desde que tengo uso de razón. Siempre ágil, dispuesto, nervioso, vivo. A veces yo lo solicitaba a él; otras era él quien me requería a mí ilusionado. Nunca me falló, nunca le fallé, fuimos como esos amigos leales que todos anhelamos tener. En ocasiones, reconozco, abusé de él; a menudo fue él quien se excedió conmigo. La amistad es eso, sacrificarse el uno por el otro, estar “ahí”, acudir a la llamada sin condiciones, forzarse por ayudar hasta los límites de lo físicamente razonable.

Hasta ayer. Ayer comprobé que había ocurrido lo que ya me habían avisado las-gentes-que-siempre-avisan-de-estas-cosas: “Ojo, no abuses, a su avanzada edad es posible que en cualquier momento le dé el temido infarto: el infarto de pitocardio”. Y sucedió. El momento exacto del infarto no lo detecté, solo sé que al llamarlo no acudió como hizo siempre. Las circunstancias eran las idóneas: amanecida, habitación en penumbra, tranquilidad, susurro, piel sensual... Pero fue inútil, no respondió a mi angustiosa llamada ni a los ejercicios boca a boca que se le practicaron.

Y así sigue desde entonces: pansío, abatido, inclinado, con la mitad de sus dos funciones –la más agradable– eliminada. Viéndolo, me parece injusto que él se haya ido y yo siga vivo aunque muy tocado por su ausencia. Por eso llevaré conmigo su cadáver colgante –como esos monos que cargan con los despojos de sus crías empeñados en negar la evidencia de su tránsito– hasta el día en que yo también vuele al mundo de la indiferencia en el que él ahora vegeta.

Pero si algún día renace de sus cenizas como ave fénix milagrosa y vuelve a mirarme a la cara, que sepa que lo recibiré con fanfarrias, ramos de olivo, cohetería y pancartas, y lo volveré a llevar de paseo triunfal por esos lugares mágicos donde tanto le gustó medrar, hurgar, inmiscuirse, rebuscar, investigar, enamorarse.

(En la historia de cada hombre hay dos mujeres inolvidables: la primera con la que funcionó y la primera con la que dejó de funcionar. Foto: flor de lirio "pansía")