martes, 30 de marzo de 2010

Cristal tintado


De oscuro voy a tintar
los cristales de mi alma
para que nadie nos vea
si vienes a visitarla.

De oscuro voy a tintar
los cristales de mi alma
para que nadie me vea
llorando, cuando te marchas.

(Foto: el cristal tintado de una caravelle roja)

lunes, 22 de marzo de 2010

Abandonado


He salido de casa esta mañana, he subido caminando por la acera de enfrente y me he visto reflejado en el escaparate de la zapatería de la esquina. Mi aspecto es deprimente, voy desaliñado, vestido con ropa raída, pantalón sin planchar, zapatos que no han visto el búfalo desde hace meses, camisa con lamparones.

Y es que me tienes abandonado, ya no recuerdo la última vez que me preparaste aquel cocido que tanto me gusta, o aquel postre de pastel la cierva, ni tampoco me acuerdo de cuando me comprabas en el cortinglés aquellos trajes emidio tucci que tan bien me sentaban, y corbatas, y calcetines, incluso calzoncillos me comprabas, de esos de calvin klein, que estaba yo guapísimo en gayumbos delante del espejo del armario del dormitorio.

Abandonaíco perdío, así me tienes, ¡qué diría mi madre si me viera!, ya no me llevas a comer pizza pollo barbacoa al ginos, ni me invitas a ostras, como hacías antes, y he tenido que aprender a hacer una tortilla francesa, o incluso un filete, por comer algo, con lo que se enguarran los fogones y lo incómodo que es limpiarlos, yo que casi no sabía dónde quedaba la cocina en nuestra casa. Ni siquiera me compras el día de mi santo la colonia de armani que tanto me gusta, ahora huelo a colonia de garrafón que tengo que comprar yo mismo en el chino de abajo.

Pero bueno, soy generoso y te perdono, en el fondo sé que lo haces debido a cierta pasajera dejadez en el cumplimiento de tus obligaciones que te invade últimamente, estoy seguro de que pronto volverás a ser la esclava ¡huy, perdón, qué digo! la esposa fiel y sumisa que siempre fuiste, que volverás a encerrarte en la cocina para hacer las comiditas que me agradan, a vaciar el lavaplatos, a hacer mi cama, a planchar mis camisas, a fregotear las baldosas que ensucio y a arrastrar el carrito de la compra por el mercadona del barrio cuando vuelves del trabajo.

(Foto: zapatillas en la zona de transición, en el duatlón de Caravaca, marzo 2010)

miércoles, 17 de marzo de 2010

Carretilla de ida y vuelta


La carretilla se suele llevar llena de cosas a la ida, cuando vamos desde el punto A (o punto de partida) hasta el punto B (o punto de llegada), y vacía de cosas, o vacía sin más, a la vuelta, cuando hacemos el recorrido desde B hasta A. A menudo, dar un giro de 180 grados a la carretilla en B después de descargarla de las cosas que llevamos desde A resulta tedioso y molesto. Con la carretilla de ida y vuelta (nombre comercial, carrivú) se obvian estos inconvenientes: para volver desde B hasta A basta simplemente con cambiarnos de lado en B y empujar hacia A, sin hacer maniobras peligrosas que podrían dañar la integridad o la moral de los circundantes.

(Mejoras que se me ocurren a bote pronto: carretilla con luz delantera y trasera y/o con tapón en el fondo para vaciarla al llegar a B sin necesidad de volcarla hacia un lado)

lunes, 8 de marzo de 2010

Final


¿Qué quedó de mil caricias,
de mil besos, de mil risas,
mil ternuras y un reproche?
El reproche...

¿Qué quedó de mil soles,
mil estrellas, mil paisajes,
mil alondras y una noche?
La noche...

(Foto: una ola barriendo un corazón dibujado en la arena, La Glea, Alicante)

lunes, 1 de marzo de 2010

Perder la cabeza


Otra vez, y van... Hace unos días he vuelto a perder la cabeza. Siempre me pasa lo mismo, me doy cuenta después de levantarme, cuando me planto frente al espejo del cuarto de baño con los apechusques del afeitado en la mano, después de la ducha. El espejo aparece vacío de caras, de ojos soñolientos, de orejas, de ojeras, de narices, nadie me mira desde su pulida superficie. “Otra vez se ha largado”, pienso...

Como siempre, inicié la búsqueda en los lugares en los que suelo perder la cabeza, no son tantos.

Me fui a tu casa, pensado que estaría sobre tu almohada, mirándote con ojos sorprendidos y una sonrisa dibujada en sus labios. Revolvimos tu dormitorio de penumbras y cielos y gatos blancos que se cuelan por esa ventana siempre entreabierta, pero allí no había cabezas descarriadas entre sábanas azules, sólo algún retazo de antiguas palabras inventadas. Y el gato.

Luego viajé a la caseta del monte, donde guardo mi bicicleta azul. Me dijo, con aires de reproche, que hace ya dos meses que no me ve a mí ni a ninguna parte de mi cuerpo, cabeza o nalgas, y que ya se está cansando de que no la saque a pasear, que se le oxidan los engranajes por falta de uso, que me va a abandonar. Es tan suya...

La busqué a gritos por cimas, collados, senderos, riscos, ramblas, pero sólo contestó el eco solitario de mi voz descabezada, rebotado en no sé qué nubes o cielos sólidos. En bancales, en cornejales, en acequias, en regueras, debajo de las piedras, en guinchas, en mi cueva... pero no hallé ni rastro de cabeza, apenas los restos de antiguas miradas colgadas de las piedras, de las ramas, de los barrancos, las miradas nunca desaparecen de los lugares mirados.

Y así sigo, medio cuerdo, buscando sin mucho interés mi cabeza, en el fondo me gusta perderla a menudo para que luego le cuente al resto de mi cansado cuerpo sus nuevos o redescubiertos olores, sabores, paisajes, sus nuevas perdiciones.

Pero ya son muchos días, ¿se la habrá comido el gato blanco de cola negra? Si la veis por ahí, decírmelo para ir a buscarla. Pero no la encontraréis en ambientes cerrados llenos de ruidos, ni junto a políticos del color que sea, ni en ciudades abarrotadas de otras cabezas inexpresivas, sólo puede estar mirando horizontes de colores en algún lugar soleado y solitario donde el aire refresque su cara.

(Foto: dos de las cuatro nuevas torres de Madrid)