lunes, 26 de octubre de 2009

Contando silencios

Sí, se puede hacer, se pueden contar silencios, uno, dos, tres, yo lo he hecho, cuatro, cinco, seis, muchos lo han hecho, siete, ocho, nueve.

Desde lo alto de una montaña, por ejemplo. Allí arriba hay 360 grados de horizonte y 360 grados de silencios para contar. Son siempre silencios lejanos, sosegados, sin prisas. Algunos silencios vienen del cerro de enfrente, disfrazados de silbidos de viento sobre acículas de pino carrasco, entre olores a resina caliente, casi fuego. Otros silencios llegan del fondo del valle, en forma de copla que alguna garganta extranjera entona mientras recoge albercoques en lo alto del perigallo. Otros silencios vienen de la autovía nueva, allá abajo, parecen los ecos lejanos de un mar que no existe. Hay silencios que llueven desde el cielo, trinos de vencejos que juegan con las nubes más altas, quiaquiás del águila calzada que escudriña inquieta el bancal reseco. O el ladrido del perro de aquel cortijo que se adivina entre el pinar, o los balidos del último rebaño de ovejas. Y silencios más próximos, como mi propio jadeo o el zumbido de la mosca verde que me ha acompañado durante toda la subida a esta montaña y ahora se empeña en chapotear mi sudor.

Y es que a veces los silencios hablan, cada uno con un sonido diferente.

(Foto: vista de la sierra madrileña desde La Perdiguera. Al fondo, la Cabeza de Hierro)

lunes, 19 de octubre de 2009

Mis cuatro novias

Sí, tengo cuatro novias, metálicas, llenas de brillos, de rodamientos, de colores más o menos encendidos, de sencillos mecanismos. No puedo desprenderme de ninguna de ellas, las cuatro son muy importantes en mi vida, yo no tengo la culpa de haberme enamorado de las cuatro, siempre me gustaron los brillos metálicos, los mecanismos sencillos, los colores más o menos encendidos y el cruif cruif del neumático sobre la tierra del camino. Y los caminos.

Son mis bicicletas.

Os las voy a presentar, por orden de edad, desde la más... bueno, la mayor, hasta la más joven.

La Novela

Vive en Miraflores y es la mayor. Y la más guapa y coqueta. Le gusta ir siempre reluciente, arreglada, presumiendo de la belleza que mantiene intacta a pesar del tiempo que lleva conmigo. No le gusta mancharse con el polvo de los caminos, ni en el barro de los senderos, prefiere el asfalto aunque sea cuesta arriba. Sus engranajes cantan con un sonido alegre, juguetón, casi casi cascabelero. Me ha enseñado todas las revueltas de las carreteras de la sierra madrileña. La llamo “La Novela” porque está llena de letras, que aprovecho para leer en las tediosas rectas interminables.

La Peregrina

Vive en Caravaca. Dócil, dulce, sacrificada, aventurera, fuerte como un mulo a pesar de su frágil apariencia. La llamo “La peregrina” porque me ha llevado de peregrinación a Santiago de Compostela y a Caravaca desde Madrid. Kilómetros y kilómetros sin un pinchazo, sin una avería, sin un dolor de cadena o de frenos a pesar de que juntos hemos atravesado más de una tormenta y pasado mucho frío. Soporta sin una queja las mochilas llenas de ropa, los cachivaches de aseo, las botellas de agua o de bebida isotónica, el bocata tortilla... Y a pesar de su cansancio cada día me recibe con una sonrisa en su manillar.

La Guiri

La Guiri es puramente mediterránea, vive en Campoamor, junto al mar. Es la menos guapa de las cuatro, pero tiene mucho encanto, como ese plato oval que la hace tan peculiar. De salud no anda muy allá, quizás porque vive a orillas del mar y eso hace que crujan sus soldaduras oxidadas. Hubo un tiempo en que recorríamos juntos las carreteras asfaltadas próximas a Campoamor, entre pinos y olor a flor de naranjo y limonero, pero... el boom del ladrillo cambió los pinos por apartamentos y el olor a limonero por el del hormigón y pescaíto frito. Y ya no quiso salir tan lejos, es una sentimental. Ahora pasea, discreta, tranquila, entre pubs de guiris, sorteando rotondas, y recordando sin duda sus tiempos de gloria, cuando el leveche refrescaba su cara sin ser detenido por muros artificiales de cemento. Nunca se quejó, es quizás la que más ternura me inspira.

La M2

La M2 vive en Miraflores y es la más jovencica de las cuatro. La más pasional, inconformista, exigente, dura, todo un carácter. Odia el asfalto, cada vez que la obligo a circular sobre él noto que va incómoda, como gruñendo. Sin embargo, en las pistas de tierra es totalmente feliz, le gusta subir hasta lo más lato de los cerros, y si no sube más alto es porque mis piernas ya no dan para más. Disfruta ensuciándose con el barro, con las cagarrutas de las vacas, con los charcos, es como una niña. Pero al llegar a casa siempre me exige que la lave, la cepille y la embadurne con sus pócimas embellecedoras. Niña, pero también muy coqueta. Sólo le molesta una cosa: que la llame m2, dice que es un nombre de coordenada, pero ya no puedo cambiarle el nombre. Para conformarla le digo que m2 es el nombre de una galaxia, pero no creo que la convenza.

Cuatro novias que me dan todo, coquetería, aventura, ternura, pasión, a cambio de bien poco ¿qué más puedo pedir?

(Fotos: mis cuatro bicis, evidentemente)

lunes, 12 de octubre de 2009

La patera

Esta es la noche. Salí hace 10 días de mi pueblo, al norte de Europa, y he atravesado el continente en camionetas desvencijadas, o caminando, pasando penurias que no cuento, frío, hambre, soledad... Pero al fin llegué a esta playa del sur, desde donde puedo divisar la próspera África, con sus promesas de felicidad, de trabajo, de vida resuelta, de final del hambre.

No me importa que cuando llegue a África me miren con desprecio por el color de mi piel, blanca en lugar de negra, piensan que los blancos pertenecemos a una raza inferior, aunque sé que allí, para no incomodarnos o parecer xenófobos, algunos nos llaman suprasaharianos, en lugar de llamarnos blancos, como si nuestra piel fuese motivo de vergüenza. Yo me enorgullezco de llevarla.

En mi pueblo vivía en una choza primitiva, junto a mis padres y a mis seis hermanos, sin nada que llevarnos a la boca, sin un trabajo, sin nada con lo que distraer nuestro ocio. Por ellos me embarco en esta aventura, trabajaré y con el dinero que gane en África podré mitigar en parte su miseria.

Sé que no va a ser fácil. Algunos han muerto en el intento al zozobrar la patera en la que navegaban hacinados, como alimañas. Otros han sido descubiertos al llegar a África y deportados a sus míseros países europeos. Pero algunos lo logran, eso me impulsa, quizás me pueda colocar de albañil, se está construyendo mucho en la próspera África, o de camarero en un bar, hay millones de turistas que acuden cada año, o en la recolección del albaricoque, del tomate, los africanos no quieren realizar esas labores, les parecen indignas. Allí nadie es pobre, corre el dinero. Empezaré como clandestino pero algún día conseguiré tener los papeles y traeré para África a mi padre, a mi madre y a mis hermanos, los sacaré de la miseria, les procuraré un futuro mejor, allí tiene que haber lugar para todos.

Esta es la noche. Ya he visto la patera varada en la playa, tranquila, esperándome a mí y a otros 80 blancos que partiremos hacia ese futuro esperanzador cuando Sirio surja en el horizonte. Llenos de ilusión, seguros de que lo vamos a conseguir, la gran África tan cercana no puede decepcionarnos...

Esta es... la noche.

(Foto: una patera en una playa de Mauritania, al norte de Nouakchott)

lunes, 5 de octubre de 2009