lunes, 28 de septiembre de 2009

La mujer que buscaba corazones en la playa

Me habían hablado de ella. Me la imaginé, una mujer menuda, de mediana edad y piel morena, caminando descalza sobre esa línea no dibujada entre la última ola del mar y la primera arena de la playa, pantalón corto blanco y blusa azul. De tramo en tramo, decían, se paraba a hurgar en la arena, agachada, recogía algo, lo observaba con su mirada marina y lo guardaba en una pequeña bolsa que colgaba de su hombro. Y proseguía su camino, sin levantar la vista del suelo que humedecía sus pies. Solas la playa, la espuma y ella.

Me dijeron que buscaba corazones en la arena. Pero no corazones de los de latir, bum, bum, sino piedrecitas, conchas, cristalillos a los que el roce del agua y el tiempo habían dado forma de corazón. Me contaron que los tenía de todos los colores, blancos, verdes, azules, transparentes, que los guardaba en un frasco de cristal con agua de su mar mediterráneo y que a la luz del sol reflejaban todos los colores del arcoiris.

Un día fui a su playa solitaria, quería encontrarla. La estuve buscando durante mucho, mucho tiempo, pero no apareció. Mientras caminaba arriba y abajo me entretuve tratando de descubrir alguno de esos corazones que ella recogía, para regalárselo si al fin la veía. Pero no encontré ninguno, no debe ser tan fácil encontrar corazones de cristal en la playa si uno no tiene la mirada marina.

Entonces dibujé un corazón en la arena húmeda con la esperanza de que ella lo recogiera si aparecía por allí algún día. Y me alejé despacio, volviéndome de vez en cuando, hasta que la playa fue un horizonte en el horizonte. No sé lo que habrá sucedido con mi corazón de arena, ni lo sabré nunca, quizás ella lo ha encontrado y ahora forma parte de su colección multicolor, o quizás me lo ha robado la marea, entre espuma, algas y promesas de mundos diferentes.

(Foto: playa de La Glea, al sur de Alicante)

domingo, 27 de septiembre de 2009

Jugando con Altaïr

El olor de los pinos, del jabalí, del romero, del viento... todo se mezcla en el aire limpio de esta mañana de verano, estremeciendo mi esencia. No eres ni mirada, ni nombre, pero todo me recuerda a ti. Debe de ser porque tú ya eres aire, monte, luz, instante. Te marchaste sin llegar, fuiste sólo agua, apenas forma... y ya eres eterna.

Te imagino sonriente, jugando con Altaïr.

(Foto: un lunar en una piel, disimulado con picasa)

jueves, 3 de septiembre de 2009

Últimamente duermo con sombrero

Es un sombrero humilde, blanco, con la badana negra. Lo compré en un mercadillo no me acuerdo por cuántos euros, pocos sin duda. Mi sombrero atrapa sueños, por eso lo uso de noche ¿Vosotros recordáis los sueños? Yo nunca conseguía recordar los sueños que me despertaban, sobresaltado o feliz, y que veía volar desde mi cama, inalcanzables. Los perseguía, pero siempre, siempre, se escapaban por la pared rumbo a otras mentes, supongo.

Pero ya no. Desde que duermo con sombrero los sueños se quedan alojados, presos, en el ala o en la badana negra de mi humilde sombrero blanco de mercadillo y puedo leerlos al despertar. Los sueños agradables quedan atrapados en el ala blanca y las pesadillas, en la badana negra. Así de fácil.

Ayer soñé que despegaba en un avión desde un país extranjero, de vuelta a casa. El avión remontaba el vuelo entre cables de alta tensión, casas próximas, con mucha dificultad, ruido y meneíllo, aunque nunca llegaba a estrellarse. Luego soñé que estaba atrapado en una pared vertical de una montaña de la que no conseguía escapar, ni para arriba, ni hacia abajo, ni siquiera para un lado.

Y soñé contigo. No sólo ocupas mi mente durante el día sino que me inundas de noche, como un extraño animal sin patas ni pasado ni futuro que lo rellena todo.

Cuando acabo de leer los sueños de la noche, enjuago el sombrero en el grifo del lavabo y miro cómo las letras giran un rato antes de desaparecer por el sumidero, como saludando. Quizás se dirigen a mentes de topillos, alacranes cebolleros o cangrejos ermitaños de tu playa. Y allí se reordenan y se convierten en nuevos sueños que sólo los topos, alacranes y cangrejos recordarán (si duermen con sombrero, claro)

(Foto: mi sombrero quitasoles y mi cama)