miércoles, 28 de mayo de 2008

Sed

Dos horas subiendo por senderos rumbo al collado de la Peña Rubia, calor sofocante aunque ya estamos casi en octubre. Jadeo y sudor.

Sed.

Una mochila con equipaje escueto: frutos secos, unos prismáticos, nunca se sabe qué aves pueden aparecerse en los altos, y una botellica de agua. Agua… hay que racionarla, apenas un chupito cada media hora para humedecer los labios, aquí no hay manantiales. Una duda rasgando los recodos desgastados de mi mente ¿Seguir hacia arriba? ¿Dar media vuelta y volver a la sombra de ese pino donde me espera García Hortelano y una cervecica fresca? La decisión siempre es la misma: subir un poquico más, hasta la loma que se dibuja allá arribotas.

Y de repente… esto

¡Un chorrico de agua!, brotando de las entrañas de esta sierra reseca, casi un milagro. Me lanzo como un poseso, me acucuno y, más que beberla, la muerdo, la mastico como si fuera el último trago de mi vida. Saciado, me siento a su vera ¿una hora?, me gusta oír su canto, el único en este paraje solitario, aparte de las alegres charlas de un bando de mitos que he visto hace un rato revoloteando de pino en pino. Luego prosigo mi camino, refrescado por dentro y por fuera. Y a medida que el sol va pintando otra vez de sudor mi cuerpo, voy pensando que si en estas sierras hubiera mil chorricos como éste, sus ramblas serían ríos y mi querida y sedienta tierra no tendría que pedir agua a quienes les sobra.



(Foto: la fuente de la teja, cerca de la cuava de la Barquilla)

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