domingo, 18 de mayo de 2008

Los girasoles

¿Quién no se ha maravillado alguna vez ante un campo de girasoles? Olas amarillas sobre un mar esmeralda perfilando los contornos de las lomas.

Estaba yo una mañana sentado en un risco junto a un campo de girasoles, pensando en mis cosas, cuando me surgió de repente una duda ¿Por qué llamamos girasoles a los girasoles? Realmente no giran con el sol, sino que permanecen mirando siempre hacia el punto del horizonte por donde surge cada amanecer el astro rey. Andaba yo con estas reflexiones cuando acertó a pasar por allí un caminante muy anciano, de larga barba blanca, sombrero de paja, alpargatas de cáñamo y zurrón al hombro.

- Oiga, buen hombre – le pregunté - ¿usted sabe por qué al girasol se le llama girasol? –

Se me quedó mirando un buen rato, y al cabo se sentó a mi lado, sacó del zurrón una hogaza de pan y un chorizo crujiente como los que hacía mi abuela, me los tendió, y entre bocado y bocado me contó esta historia:

- Hace muchos, muchísimos años, cuando los peces llevaban zapatos, los girasoles aún no tenían nombre. En aquellos lejanos tiempos, esperaban la salida del sol al amanecer y lo miraban durante todo el día, girando sobre sus tallos, hasta que se ocultaba por los cerros de poniente. Era su forma de rendir culto al sol, a quien admiraban y trataban de parecerse. Un día pasó por allí “el-Hombre-que-pone-nombre-a-las-cosas” y dijo: “os llamaré girasoles”, tampoco se exprimió mucho el intelecto. Y desde aquel día hasta hoy se ha llamado girasoles a estas plantas-

El anciano sacó una bota de vino de su zurrón, y después de echar un buen trago, me la ofreció. Era un vino dulzón, entraba bien a esa hora de la mañana. Luego continuó su relato.

- Un día, al amanecer, cuando los girasoles aguardaban la salida del sol para seguirlo con la mirada en su camino hasta el ocaso, surgió sobre el horizonte levantino un disco blanco, muy brillante, circular, recortado en un cielo aún oscuro. Tenía un halo verde alrededor, latía como un corazón galáctico y emitía un sonido lejano similar al que produciría un concierto armónico de grillos y sapos enamorados. De repente, se apagó, desapareciendo. Los girasoles quedaron fascinados ¿Qué fue aquella luz? Nunca lo sabremos, pero desde aquel día los girasoles miran constantemente hacia el horizonte de levante esperando que reaparezca su imposible luna llena del amanecer. Y dicen los que saben de estas cosas que todas las noches lloran lágrimas nostálgicas de oro-

El anciano se levantó, colgó de su hombro el zurrón y se alejó por el camino de los cuentos. Y yo me quedé pensando que quizás habría que cambiar de nombre a los girasoles. Pero esa es una cuestión que sólo puede decidir “el-Hombre-que-pone-nombre-a-las-cosas”, y hace mucho tiempo que no sé nada de él.



(Foto: campo de girasoles, hecha por mi hijo Hugo)

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